Los maestros, si han cumplido tres décadas de servicio, se pueden jubilar al llegar su 60 cumpleaños. Mª José Aramendía continuó hasta que el Departamento de Educación le ha dicho basta. Este es su primer septiembre sin vuelta a las aulas.
Decidió trabajar más allá de la edad habitual.
Me encanta mi profesión. Además, en los últimos años me dedicaba a las tareas de dirección. Al funcionamiento del centro, esa parte tan desconocida y que, salvando las distancias, se asemeja a una empresa. Con gestión de medios, académicos, de personal y, la verdad, a veces sin mucho apoyo porque chocamos con la Administración.
¿Y eso?
Estas fricciones suelen derivarse de asuntos económicos. Cada vez, y esto viene de lejos, a los centros nos conceden menos recursos. Muchos colegios funcionan por la voluntad de los docentes que buscan el bien de los niños.
Usted comenzó a trabajar en Collado Villalba, en Madrid.
Soy hija de militar. Así que he ido de la ceca a la meca. Nací en Estella, me considero navarra, pero me crié en Vitoria. Ahí empecé Magisterio y lo acabé en Valladolid. Mi primer destino, Collado Villalba, en Madrid. Recalo en Barbastro en 1985 porque me casé con un aragonés y también militar, Pepe, natural de Jaca.
Y se estrenó dando clases de Educación Física.
En el colegio Pedro I. Pero como yo nunca había impartido esa asignatura, y aunque podía hacerlo, quise formarme. Pertenezco a la primera promoción en Aragón de esta especialidad. Una materia que me entusiasma.
Con una trayectoria de cuatro décadas, ¿con qué se queda?
Con la energía y el entusiasmo de los niños. Te cargan las pilas. Cuando te paran por la calle para saludar o te dicen que se acuerdan de tus clases con cariño piensas que ha valido la pena.
También valoro todo lo que he aprendido ya que esta profesión exige una adaptación continua. Y, por supuesto, las personas con las que me he encontrado.
Doy gracias a Dios porque me ha permitido disfrutar y desarrollar una profesión que quizá sea de las más bonitas que se pueden ejercer.
¿Qué papel desempeñan los maestros?
Fundamental. Creo que ni la sociedad ¡ni nosotros! somos conscientes del todo. Nuestra labor influye de forma directa en ellos porque les proporcionamos las bases de su futuro. Pero no sólo lo que les enseñemos sino sobre todo, nuestro comportamiento y nuestra actitud. El maestro debe aparcar sus problemas personales y su cansancio antes de entrar en el aula.
Defina colegio…
No se trata de un lugar físico. Lo creamos entre todos: alumnos, padres y docentes. El colegio no puede educar por un lado y la familia por otro. Hay que ir todos a una por el bien del niño. Aunque lamento que esto no siempre se da. Y con familias desestructuradas resulta más complicado porque, en ocasiones, se sitúa a los niños en medio de las disputas de los adultos.
Se dice que el colegio refleja la sociedad.
Yo digo que la sociedad se debería parecer a los colegios. Las aulas deben proporcionar un lugar en el que los niños se sientan bien y queridos. Se trata de un lugar en el que todos son iguales y debe prevalecer la convivencia, cada uno como sea.
Más allá de los conocimientos, el colegio ofrece herramientas para que los niños continúen aprendiendo y sean capaces de crecer en respeto.
En la escuela los niños tienen que asimilar aquello que les da la base para nuevas enseñanzas y eso requiere de esfuerzo además de la implicación de las familias. En el cole no todo es fácil y bonito, pero las dificultades se solventan entre todos.
De todo lo que ha vivido, ¿qué le llama más la atención?
La evolución en la relación entre familias y comunidad educativa. Hemos pasado del respeto hacia el profesor a ponernos todos al mismo nivel. Y, por edad y por saber, en las aulas manda el maestro. Lo cual no excluye para que haya buena relación y armonía. Tampoco me gusta que la ideología haya entrado en las leyes educativas.
Encontramos diversidad de culturas, ¿cómo se integra?
Me temo que la escuela todavía no ha resuelto el reto de la inclusión. Entre los pequeños no se observan diferencias, pero llega un momento de Primaria en que esa unión se difumina.
Resulta duro cuando un alumno es el intérprete de su propia familia, sobre todo, de las madres. Que, por otra parte, son con quienes nos solemos relacionar. Se deben dedicar más esfuerzos a integrar a las familias dentro de la comunidad educativa.