¿Se imaginan trabajar en una fortaleza construida en el siglo IX d.C. situada en lo alto de uno de los pueblos más bonitos de España y turísticos del Mundo? Pues este es el día a día de Javier Cavero y Lucía Rufas. Ambos trabajan como guías en la Colegiata de Alquézar y confiesan que trabajar allí “se trata de un privilegio”. El primero en obtener este puesto fue Cavero, cogiendo el relevo de la anterior guía, Isabel Bardají. Algún año más tarde, se incorporó Rufas, su actual compañera. Ninguno de los dos tenía previsto en su vida trabajar en este oficio, pero ahora me atrevería a decir que lo disfrutan mucho.
Aunque no todo al principio fue un camino de rosas. “Al comienzo me parecía un mundo porque tenía que aprenderme mucha información; fechas, nombres… Pero de tanto explicarlo, me lo acabé memorizando. No obstante, la riqueza de la Colegiata es grandiosa. Podríamos hablar de ella durante 24 horas y aún seguiríamos”, comenta entre risas Rufas.
Para aprenderse su historia contaron con un gran profesor, el sacerdote José María Cabrero. Al igual que Blasco, estos dos guías adoran el trato con la gente y añaden que, aunque a simple vista pueda parecer un oficio repetitivo, “cada visita es diferente porque en parte, esos momentos los crea el propio público. Puedes contar la misma historia, pero cada visitante la recibe de una manera u otra”, explican.
Como se pueden imaginar, estos dos guías se conocen la Colegiata al dedillo y confiesan cuáles son sus estancias favoritas. Para Cavero, el claustro, los capiteles románicos del siglo XI y los frescos que cuentan la historia de Jesús. Para Lucía, el Cristo de los cuatro clavos por la devoción que le tiene.
De junio a septiembre de este año, aproximadamente 20.000 personas visitaron la Colegiata, pero ambos explican que en los meses de otoño, las visitas no cesan. Y con ellas, las anécdotas. Cavero recuerda dos de ellas. “Una pareja vino a visitarnos unos días antes del sorteo de la lotería de Navidad. En un momento dado, quiso apuntarse unos datos en una libreta donde también guardaba dos décimos, con tan mala suerte de que vino una volada de viento que se los llevó. Los buscamos, pero no los encontramos”, narra.
Y esto no termina aquí, porque también recuerda “a una pareja joven que venía con un carro y un niño dentro. Al terminar la visita me comentaron que tenían mucha prisa porque querían realizar la ruta de las pasarelas. Por lo que se fueron y cuando fui a cerrar la puerta me encontré el carro. La pareja no tardó ni cinco minutos en volver, superasustados, a recuperar a su hijo”, rememora Cavero.