De nuevo la magnitud de una tragedia nos deja la incredulidad, la fragilidad y la comprobación de las grandes capacidades que tenemos como personas y como sociedad, también con miserias (pillaje, robos). Con el recuerdo vivo de Biescas, vemos de nuevo la devastación que causa una naturaleza indomable pero con efectos en parte previsibles y, por tanto, abordables.
Han fallado las previsiones, ha faltado altura política y esperemos que ahora las ayudas y los apoyos oficiales fluyan con rapidez, con una burocracia que no ahogue más. El lío de un sinfín de autoridades, competencias y toma de decisiones es tan paralizante que no me extraña nada la indignación que rodeó las primeras visitas de Estado el domingo 3.
Cuando vi las imágenes de la indignación pensé que podría haber degenerado en hechos muy graves y por eso pienso que los Reyes recibirán un gran respaldo, tras ver la entereza y cercanía con que encararon la situación. Demostraron una profesionalidad y empatía en una visita que acabó “bien” de milagro. Ya conoceremos la intrahistoria de esa visita, la anulación de la prevista en Chiva, y tantos pormenores de un si ”vamos o no vamos, hay que ir”, en qué condiciones, etc.
Es inaceptable el comportamiento violento hacia las autoridades, pero entiendo la reacción de las víctimas expresada con una indignación que lamenta y reprocha los terribles fallos en prevención, en coordinación y en la respuesta.
Es un grito de hastío que reclama una gestión eficaz a los que ocupan cargos públicos, un trabajo bien hecho cada uno en su ámbito. La tragedia nos pone de manifiesto la lentitud de una maquinaria tan lenta en movilizarse y causando el hastío y la desesperación.
Se impone un futuro de coordinación entre autoridades que primen de una vez por todas el interés y la dignidad de las personas. La sociedad ha dado en este sentido una gran lección de generosidad sintiendo la tragedia como algo propio. La reacción ha sido impresionante y merece valorarlo como reflexión sobre la calidad humana que es tan mayoritaria en nuestra sociedad. Desde el minuto 1 instituciones y personas han salido a la calle para brindar su ayuda, echando en falta en ocasiones la necesaria coordinación. Tenemos ejemplos muy cercanos por parte de ayuntamientos, entidades, nuestra Cáritas Diocesana y tantos ciudadanos.
En esta sociedad tan informada, las aportaciones de los ciudadanos con sus fotos y videos han hecho saltar por los aires cualquier plan de reconducir o limitar el eco real de la catástrofe. Todo se retransmite en vivo y no es fácil la censura. Aunque el Rey advirtió justamente de los excesos que propician las redes, es claro que gracias a esas redes contamos con una información en tiempo real que aleja manipulaciones o controles. Recuerdo a Iñaki Gabilondo cuando decía que en las inundaciones lo primero que falta es el agua potable y la información potable.
Puede faltar contexto o sobrar rumores, pero es a partir de esas imágenes cómo podemos cada uno tener esa información. Sin esa información ciudadana no sería fácil asumir la tragedia en sus dimensiones, el sufrimiento de las personas concretas y el inmenso trabajo de reconstrucción que nos aguarda.
La enorme magnitud de la catástrofe nos ha cogido desprevenidos a todos, que nos sentimos alentados a ver qué podemos hacer por los que sufren. Por eso es momento para sentir la necesidad de ser cuidados y de cuidar, de ejercer virtudes y valores que muestran la calidad de tantos ciudadanos que comparten y ayudan. Y, por supuesto, para rezar y pedir. Lecciones de generosidad con quienes han visto en minutos cómo les ha cambiado la vida, y han perdido seres queridos y todo lo que tenían.