Lo publicamos todo. Nuestros desayunos, viajes, quedadas y brindis. El último regalo que nos ha hecho nuestra pareja y la frase que nos toca del libro que estamos leyendo. Lo publicamos todo… lo bueno. De eso se trata, de un escaparate. Y en redes, todo sirve.

Da igual si hablamos de la última entrega de premios o del horror de la DANA: uno siempre puede ser el protagonista. Basta con meterse en Instagram y ver cómo muchos se esmeran en posar quitando el barro con sus botas de agua o postean el tique de cuántas palas han comprado. Son fácilmente reconocibles, no hay que señalar, porque es fácil distinguir entre información de servicio y contenido en busca de “me gustas”. Incluso hay revistas que se suman a esta pseudocausa y han convertido el horror en una alfombra roja… “Los influencers que se involucran de forma activa con Valencia”. No es broma, este titular existe.

Y mientras tanto, las pérdidas siguen sumando y el barro sigue cubriendo lo que queda en pie. Porque más allá de la foto perfecta, de los vídeos editados con música emotiva y los hashtags de moda, la realidad no se borra con un filtro. Las casas siguen llenas de lodo, los negocios arruinados y las familias incompletas intentando recomponerse de la noche a la mañana, con más preguntas que respuestas.

Aquí, en Barbastro, no ha habido mucho tiempo para posar. Sin grandes alardes, la comunidad se ha movilizado para reunir 50 toneladas de alimentos y materiales de ayuda. No ha habido postureo, solo solidaridad real. Personas que se han volcado a organizar cajas, otras que han dado lo que podían, cada uno aportando lo que estaba a su alcance. Incluso vecinos que, sin esperar nada a cambio, han cargado furgonetas y han bajado en sus días libres a Valencia para entregar la ayuda directamente.
Aquí no hemos querido que el mundo lo vea, solo que quienes lo necesitan, lo reciban.