Han de pasar generaciones hasta que la tragedia de Valencia pase a formar parte de la Historia y su recuerdo salga por fin de la memoria colectiva para quedar sin dolor, encapsulado en una piedra como el hueso fósil de un pasado que, para entonces, ya nadie podrá recordar.
Pero a quienes nos tocó escribir en un periódico estos días de otoño de 2024, resulta muy difícil apartar la mirada del inmenso cráter de barro y muerte que se ha abatido sobre los españoles sin ver también los miles de jóvenes que han hecho muchos kilómetros cargando picos y palas, mantas, comida, agua y hornillos de gas. Salieron a las cinco de la madrugada para correr hacia allí. En sus cuerpos cubiertos de lodo hemos podido ver la luz y reconocer la verdadera esperanza de este país. Donde muchos antes creyeron ver una generación ensimismada en sus pantallas móviles y carentes de sentido del esfuerzo –se ha dicho eso muchas veces, sí– lo que hemos visto estas semanas es la semilla auténtica de una humanidad limpia y generosa.
No son los hijos de las víctimas; no necesitaron serlo para sentir el asombro y el espanto, y la llamada desde el estómago al socorro de las decenas de miles víctimas. Fueron ellos, los mismos jóvenes a los que estamos debiendo auxilio desde hace demasiado tiempo. Se trata de la misma generación a la que le resulta imposible acceder a una vivienda; los que con dos títulos universitarios tienen que emigrar por falta de empleos justamente pagados. Los que no tienen hijos porque creen que no podrán darles lo que ellos recibieron.
No vamos a clamar hoy por una administración que se haga mirar sus procedimientos y protocolos; ni tampoco exigir responsabilidades que ya se verán tarde o temprano. A mí no me gusta esta España que tan mal se coordina, donde los bomberos de una región no pueden conectar sus mangueras con las de sus vecinos por tener diferentes reglamentos y donde ni siquiera las competencias están claras. No, todavía hoy no me voy a meter con el lamentable espectáculo de voces que ni siquiera han tenido la dignidad de callarse ante más de dos centenares de muertos.
Reclamo, en cambio, una mirada decente hacia el futuro, sobre los españoles jóvenes a los que se lleva lo mejor de su vida una riada de incompetencia. Pido un esfuerzo original de una vez por todas, por ellos. No dejemos que se salgan con la suya los hipócritas y los que solo saben legislar, y ni eso.
Ocúpense ahora de las víctimas y sus desgraciadas familias. Reconstruyan hoy esos pueblos, intenten en lo posible rehacer esas vidas rotas por la tragedia, pero reparen también el alma de toda la nación dolorida, ofreciendo un poco de dignidad pública. Háganlo, lo necesitamos. Pero después de esa urgencia visible, piensen que quedan pendientes de rescate los españoles del futuro, los jóvenes de Valencia y de toda España que esperan una oportunidad.
Los gobiernos de Italia, Francia, Alemania Bélgica y Portugal entre otros, cuentan con un Ministerio de la Juventud, con toda la autoridad, encargados de coordinar las variables y políticas trasversales que intervienen en un problema tan viejo, tan complejo y tan difícil. Formación profesional, educación, créditos hasta los 35, cultura financiera, ayudas al emprendimiento, a la investigación, a la vivienda, a la natalidad, a la rehabilitación y a la salud… y mucho más. La juventud que aún tiene el futuro por delante necesita todo un ministerio de gente brillante para ella sola. Sobrarán voluntarios y espero que muchos serán jóvenes creativos con ganas. ¡Pero hagan algo!