Un reciente estudio afirma que existe una generación de jóvenes (en torno a los 30 años) que opta por el uso de teléfonos móviles sin internet. En la era de la hiperconectividad, buscan volver a lo anterior, a “lo tradicional”. Una vuelta a lo de antes que, se podría decir, “está de moda”. Dietas basadas en la comida de la abuela, recuerdo de oficios y costumbres de nuestros antepasados, consumo de productos cercanos, naturales, sin herbicidas ni plaguicidas químicos. La etiqueta de “ecológico” puebla los mercados.

Una etiqueta que, en cualquier caso, supone una certificación que cuesta mucho conseguir. Más de tres años han tardado en Barbastro en poder ponerla en unos aceites monovarietales. Su presentación dejó reflexiones interesantes, pues resulta que la mayoría de quienes recogen la oliva la crían en “ecológico”, aunque no dispongan de ningún sello que lo acredite. Y un producto como este, básico en la dieta mediterránea y con los consabidos efectos beneficiosos para la salud, no debería comercializarse de otra forma. Como con tantas otras cuestiones, la perogrullada choca con la burocracia. Reiteramos que han sido más de tres años “de reconversión” para poder poner una etiqueta.

En otro cultivo tradicional, la vid, la burocracia también choca con la comercialización de unos vinos que en el Somontano forman parte de la economía del territorio. El pasado viernes, Barbastro acogió la asamblea de Consejos Reguladores del sector vitivinícola, en la que fijaron posiciones para sobrevivir en el futuro. Y entre sus propuestas, precisamente, una llamada de atención para que la normativa permita adaptarse mejor a la demanda y la comercialización flexible dentro del mercado europeo.

Así que reclamar que la burocracia no ponga piedras en el camino ya se ha convertido en una de esas reivindicaciones históricas. Y cobra el mayor de los sentidos cuando hablamos de recuperar lo tradicional que, a la postre y en muchos aspectos, resulta más beneficioso para todos.