Sé que suena a tópico eso del balance de lo bueno y lo malo, pero, ya de vuelta a la rutina, una solo puede pensar en la Navidad. Sigo resistiéndome a la cuesta de enero. Mi mente sigue en el ambiente en las calles de Barbastro, los vinos con mis amigas, el tardeo de Nochebuena en la plaza de la Diputación y en el bingo de después de comer.
Eso es lo dulce porque… ¿Qué sería un balance sin el contrapeso? Sin querer llegar a almendra amarga, la Nochevieja barbastrense ha estado en boca de muchos.
Este año, el recinto ferial de Barbastro acogió la fiesta de despedida del año, con un evento organizado por dos promotoras, pero con el sello del Ayuntamiento. La propuesta incluía un gran montaje de sonido e iluminación, pantallas LED y un servicio profesional que prometía productos de primeras marcas, recena y guardarropa. Todo ello, con un precio de entrada desde 10 euros.
El concepto no es malo en sí. Sobre todo, tras dos años marcados por colas y problemas de aforo en el Centro de Congresos. Pero la ejecución, como todo, es lo que termina marcando la diferencia. Y aquí parece que las expectativas no se encontraron con la realidad.
El frío es inevitable en estas fechas, pero esta vez caló también en el ambiente. O estabas en el barullo de primera fila, donde la música al menos te hacía olvidar el hielo, o atrás, con los pies congelados y la sensación de que algo faltaba. Si a esto le añadimos copas de calidad cuestionable o que la entrada solo incluía eso, entrar, el resultado es una noche que muchos, incluida una servidora, sintieron más fría de lo esperado.
Disfrutar, disfrutamos. Porque siempre encontramos la manera. Pero no está de más saber mejorar. Barbastro tiene capacidad de sobra para celebrar una gran Nochevieja, y creo que esto es lo que más escuece. El que sabemos cómo hacerlo.