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Pedro Escartín Celaya A cuatro manos
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La apariencia y el engaño

Pedro Escartín Celaya A cuatro manos
06 febrero 2025

Suele decirse que las apariencias engañan cuando alguien da la imagen de ser una persona cabal y su conducta es manifiestamente mejorable o tal vez claramente desordenada. En la persona del 47º presidente de los Estados Unidos no ha lugar para esa ruptura entre la apariencia y el engaño.

La imagen de Donad Trump, desde que empezó a navegar por las procelosas aguas de la política, ha sido la de un personaje atrabiliario, que muchos creímos que nunca llegaría a tener en sus manos las riendas del poder, pero nos hemos encontrado con un mandatario que, en menos de cuarenta y ocho horas al frente del país más poderoso del mundo, ha roto, a golpe de decreto, el consenso con el mundo y el mínimo exigible de elegante continuidad con sus predecesores, retirando a su país de la Organización Mundial de la Salud y de los acuerdos de París para frenar el cambio climático, indultando a los asaltantes del Capitolio, amenazando con fuertes aranceles a los países que no le sean sumisos, frenando en seco a miles de inmigrantes que se encontraban en la frontera para presentar su solicitud de asilo…, y esto no ha hecho más que empezar.

Asusta el desparpajo del nuevo inquilino de la Casa Blanca apartando de su camino a quien no se someta a sus pretensiones. La altanera imagen mostrada en sus apariciones públicas está siendo confirmada ante el tribunal inapelable de los hechos. Digo que asusta tanto desparpajo porque nos trae a la memoria los tristes anales de los dictadores que han impuesto su voluntad con la fuerza que les da el poder para excluir y destruir al otro. Desgraciadamente en Europa sabemos mucho de esto. No es tanto lo atrabiliario de sus decisiones lo que preocupa, sino las motivaciones que las alimentan, que ponen en riesgo la democracia, uno de nuestros valores más preciados.

Mariano Gistaín ha escrito en su columna de Heraldo de Aragón un delicioso comentario a propósito del sombrero antibesos que lucía la primera dama en la ceremonia de toma de posesión de Trump. Detrás de ese sombrero, que impidió al presidente besar cordialmente a su esposa, late una pregunta inquietante: ¿cómo es posible que este hombre sea apoyado por masas de seguidores? Así empezó en un país europeo una de las más tristes etapas de nuestra milenaria historia. ¿Será preciso recordarlo para evitar que la historia se repita?

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