Hijos del Alto Aragón
¡enhorabuena por vuestra audacia,
por atreveros a mirar más lejos, más alto y más hondo!
Gracias por tantas bendiciones recibidas durante estos diez años de ministerio episcopal y por el camino recorrido junto a vosotros como una verdadera familia, como comunidad cristiana, como «equipo piña» en la curia impulsando este proyecto diocesano tan fascinante. Ha sido una década de trabajo arduo, de siembra y cosecha, de sacrificios y de alegrías, de retos superados y de milagros visibles. Sobre todo, ha sido un tiempo de conversión personal y pastoral, de fidelidad al Evangelio y de esperanza renovada.
Cuando miro hacia atrás, siento vértigo al ver cómo me ha mimado el Señor regalándome tantas personas, entre las que os cuento a cada uno de los que hoy pobláis esta iglesia catedral de Barbastro y los que habéis excusado vuestra presencia por teléfono o whatsap, ayudándome a secundar su sueño de amor entre vosotros. Aprovecho también para pediros sinceramente perdón por mi impaciencia y por la pasión que he puesto en todas las cosas sin haber acertado, a veces, a respetar vuestro propio ritmo, o tal vez por no haber sabido corresponder a vuestras expectativas como os merecíais.
Al llegar a esta tierra bendecida por el testimonio de tantos santos, mártires y fundadores lo que más me sorprendió fueron las personas. También los campos alineados de viñedos del Somontano. Nunca os lo había confesado. Ahora encuentro un cierto paralelismo con el trabajo que estamos haciendo pastoralmente en nuestra Diócesis. Os cuento. Cuando iba al pueblo de mi padre, Santa Eulalia de Gállego, cerca de los mallos de Riglos, la vendimia se hacía racimo a racimo, con tijera en mano, con esfuerzo y paciencia. Al llegar aquí y ver las vides alineadas pensé lo audaces que habían sido al descubrir con certeza que era el momento de renovar los métodos o sucumbir, de alinear las vides, de dar el espacio adecuado para que la cosecha se recogiera con maquinaria de manera más eficiente y abundante.
Después de diez años, descubro que algo muy similar creo que ha sucedido en nuestra Diócesis. No hemos cambiado el Evangelio, que es eterno e inmutable, pero lo hemos adecuado a una nueva forma de transmitirlo, reestructurando nuestras comunidades, creando nuevos equipos en misión y optimizando nuestros recursos humanos para que la Palabra de Dios llegase a todos los rincones de nuestra tierra.
El Papa Francisco me dijo en su día: «No te he mandado a la Diócesis de Barbastro-Monzón a administrar miseria, sino a optimizar los recursos humanos y tratar de impulsar el Evangelio». Y eso hemos hecho, juntos, como familia de Dios.
En estos años hemos reconfigurado nuestra diócesis en cuatro arciprestazgos y ocho unidades pastorales, donde sacerdotes, religiosos y laicos trabajan codo a codo con los animadores de la comunidad y los ministros extraordinarios de la comunión llevan el pan de la Palabra, de la Eucaristía y de la ternura de Dios a los 254 pueblos que atendemos. No ha sido fácil. Hemos tenido que arrancar cepas viejas, preparar el terreno, abonar la tierra y plantar nuevas vides. Pero hoy vemos los frutos: una Iglesia que ha sabido ensanchar el toldo de su tienda, una Iglesia más viva, más sinodal, más evangélica, más fiel a su misión.
Podemos decir con humildad y con gozo que Dios ha hecho un milagro en nuestra Diócesis. Milagro ha sido ver a tantas manos unidas en la evangelización: sacerdotes venidos de otras tierras para apoyarnos; laicos que han asumido con valentía su papel de animadores de comunidad, catequistas, profesores de religión, equipos de liturgia, grupos apostólicos y movimientos, cofrades y voluntarios de Cáritas, de Manos Unidas y de Pastoral de la Salud. Milagro ha sido la reestructuración de la Curia Diocesana y su profesionalización; la renovación de Cáritas en Barbastro y Fraga, con su cambio de sede en los salones del templo de San José y de San Pedro; la creación de la Fundación San Ramón Obispo para sostener y formar al clero diocesano; los acuerdos con diócesis hermanas de América que han permitido la llegada de sacerdotes misioneros; el relevo de la Congregación de Marta y María por las Misioneras del Pilar, garantizando la continuidad de la Casa Sacerdotal; la profesionalización del equipo de Medios de Comunicación; la actualización del Inventario de Patrimonio; la rehabilitación de iglesias parroquiales y de la Casa Sacerdotal; la creación de la página web “Tierra de Testigos”; la revitalización de la pastoral familiar y juvenil; la estructuración de la pastoral vocacional dentro de la pastoral juvenil; la consolidación del equipo de PJV y sus actividades; la restauración del cementerio y la mejora de su capilla; la renovación del reglamento de la Casa Sacerdotal; la resolución judicial favorable sobre la devolución de los bienes de las parroquias del Alto Aragón Oriental y de la Iglesia de Plan; la rehabilitación del antiguo Seminario en la Casa de la Iglesia Diocesana; la constitución del coro diocesano BARMON; el impulso de la ruta del románico, de las tres catedrales y de la ruta martirial como cauce evangelizador; y la apertura de la Causa de Beatificación de nuestros mártires. Noventa y ocho modos de servir recogidos en una baraja de familias que visibilizan a los más de seiscientos voluntarios que ofrecen su tiempo, su capacidad y sus habilidades para servir a los más desfavorecidos.
Pero no debemos quedarnos en la satisfacción de lo logrado. Como agricultores del Reino, sabemos que la vid necesita cuidado constante. Sigamos fortaleciendo la unidad diocesana, consolidando nuestra reestructuración, restaurando nuestra catedral y culminando el proceso de beatificación de nuestros mártires. Sigamos trabajando para que en cada pueblo, en cada comunidad, resuene el anuncio del Evangelio y nadie se pierda.
Hoy, como hace mil años, somos testigos de la fe de este pueblo. Un pueblo que supo resurgir de sus cenizas hace 80 años, en tiempos de persecución y martirio, nuestros antepasados dieron su vida por Cristo. Hoy, en tiempos de secularización y cambios culturales, nosotros estamos llamados a ser testigos valientes de esa misma fe, con creatividad, con entrega, con esperanza.
Sigamos avanzando, como esa gran familia de familias diocesana, como esa orquesta en la que cada instrumento tiene su función, como la matrioska que guarda en su interior la esencia de la comunidad cristiana, como las hileras de viñas que se extienden bajo el sol, listas para la cosecha. Sigamos construyendo juntos este sueño de Dios para nuestra Diócesis.
Cada día sigo sintiendo el mismo escalofrío de aquella tarde gélida del 22 de febrero de 2015 al besar el anillo episcopal que me desposó con vuestro pueblo. Soy vuestro. Hasta la muerte si fuera necesario. No me pertenezco. Llamad a la puerta siempre que me necesitéis para que pueda ser para cada uno bálsamo de Dios.
Gracias porque aquella réplica del pectoral que os regalé no sólo ha sostenido mi humilde ministerio, sino que cada uno ha logrado visibilizar al Cristo buen pastor, que sale en busca del hermano que está solo vacío, cansado, roto, desorientado, perdido, herido… Lo cargue sobre sus hombros y lo traiga de nuevo a casa, donde el banquete está a punto.
Gracias a cada uno por haber sido durante estos diez años mi brazo extendido como el campesino de la historia que os conté que, si ofreces lo mejor de ti a los demás, todos salimos ganando. Este ha sido el verdadero secreto del milagro que se ha obrado en esta Diócesis.
Que la Virgen María del Pueyo, o cualquiera de las 80 advocaciones que existen en nuestra Diócesis, os sostenga y os bendiga como yo se lo pido y vosotros necesitáis. Amén.