Hay una fina línea entre la histeria y la previsión, y yo, la verdad, es que no sé en qué lado estoy.
No sé si me estoy tomando las cosas con calma o si estoy subestimando algo importante. Si me falta una linterna en el cajón o he visto demasiadas películas. ¿De verdad no te pasa?
Las redes sociales no ayudan. En cinco minutos he visto un vídeo de un tipo chillando porque los bazares asiáticos de Mallorca estaban de rebajas. Su hipótesis era cristalinamente turbia: los bazares nunca hacen rebajas. Si las hacen, es que cierran. Si cierran, es que vuelven a sus países. Y si se van… es que saben algo que nosotros no. ¿Nos morimos?
No es una fábula. Esto se ha hecho viral en las últimas horas.
Pero es que deslizo el dedo y sale otro vídeo. Esta vez no hay gritos, pero también da escalofríos. Es sobre cómo sobrevivir 72 horas si el mundo se pone feo. Y no lo dice un conspiranoico, lo dice la Unión Europea, con su tono templado, con su lenguaje de informe oficial y sus listas prácticas: agua, conservas, medicamentos, cerillas y una radio con dinamo.
Lo justo para aguantar sin depender de nadie si las cosas se complican.
¿Complicarse cómo? ¿Un desastre natural? ¿Una guerra? ¿Un apagón? ¿Una pandemia 2.0 con secuela sorpresa? El abanico es tan amplio que da más miedo el por si acaso que el riesgo concreto.
Yo solo puedo pensar en mi amiga Carmen. Ella fue la primera en hablarme de todo esto, antes de que lo dijera Bruselas. Me enseñó lo que estaba comprando como quien enseña una receta nueva: con orgullo. Compró una radio, una navaja multiusos, un pedernal para hacer fuego… Le faltó poco para montar una tienda de campaña en su salón.
Yo me reí. Le dije que se estaba pasando tres pueblos. Que igual entre eso y aprender a hacer fuego con dos piedras había una opción más tranquila. Me contestó muy seria: “Prefiero sentirme tonta por tenerlo y no necesitarlo, que al revés.” Y ahí la risa se me atragantó un poco. Porque no sé si Carmen es una visionaria o si simplemente necesita ordenar el miedo. Porque eso es lo que hacemos, ¿no? Darle forma, ponerle nombre, hacer listas de cosas que podemos controlar. Un kit con linterna, pilas y comida enlatada suena más manejable que no saber lo que puede pasar mañana.
Esa es la fina línea. La que está entre hablar de exagerados… y levantar la vista del ordenador para plantear, muy en serio, con mi pareja, cómo llegaríamos de Madrid a Barbastro en caso de guerra.
¿Me estoy volviendo loca, o solo estoy siguiendo las instrucciones?