El Letra Corpórea decidió creer. Y esa creencia, trabajada en cada entrenamiento, en cada partido de la temporada, encontró su recompensa en una tarde memorable que no dejó indiferente a nadie. El pabellón Ángel Orús, colmado como no se recordaba desde hacía años para ver el baloncesto, fue el escenario donde el equipo local escribió un nuevo capítulo en su historia al vencer al Peñas Sorigué en el tercer y definitivo partido de la eliminatoria a tres de los cuartos de final de playoffs de ascenso.
La jornada comenzó cargada de expectativa. La gesta lograda en Huesca en el día de ayer, donde el Letra Corpórea había empatado la serie, había encendido una chispa en la ciudad. Los vecinos, conscientes de la magnitud de la cita, acudieron en masa, teñidos de rojo y blanco, llevando consigo banderas, bombos y cánticos que resonaban en cada rincón del pabellón. El partido prometía emociones fuertes, y no defraudó.
El balón se elevó al cielo del Ángel Orús para comenzar el partido y, en el primer salto, Unai Latorre se alzó por encima de todos para hacerse con él. Era el primer duelo de muchos que se librarían esa tarde, y la grada celebró ese primer pequeño triunfo como un presagio. Los primeros minutos mostraron a dos equipos parejos, intercambiando canastas y errores, con el marcador avanzando punto a punto, sin que ninguno lograra despegarse. La tensión parecía impregnar cada pase, cada lanzamiento.
El Letra Corpórea, vestido de negro para la ocasión, mostraba signos de nerviosismo. Las acciones se precipitaban, algunos jugadores parecían acelerar más de la cuenta, llevados por la adrenalina de un partido que exigía máxima concentración. Mientras tanto, el Peñas Sorigué, fiel a su estilo, desplegaba su juego ordenado y efectivo, apoyándose en figuras como Terreros, quien una vez más asumía un rol destacado.
El primer tiempo se cerró con un ajustado 24-23 para los locales. En las gradas, la pasión no menguaba. Las juventudes del club marcaban el ritmo de la animación, los bombos no cesaban, las banderas ondeaban sin descanso, y cada acierto del Letra Corpórea era celebrado como una pequeña victoria más hacia el gran objetivo.
El segundo periodo trajo consigo un cambio de guion. El Peñas salió decidido a aprovechar su velocidad en las transiciones. Contragolpes rápidos, buscando sorprender a una defensa local que comenzaba a acusar el cansancio de dos días consecutivos de máxima exigencia. Los visitantes lograron abrir una pequeña brecha en el marcador, cerrando el segundo tiempo con un 34-38 a su favor. En ese momento, los rostros en las gradas reflejaban preocupación, pero también determinación.
Comenzó el tercer cuarto, y un triple de Jeremiah devolvió la esperanza. El marcador se apretó a un 37-38, y el partido se convirtió en una batalla de resistencia. Cada posesión contaba, cada rebote era disputado como si fuera el último. La precisión en los tiros libres mantenía la igualdad. Al término del tercer cuarto, el resultado reflejaba el equilibrio: 50-51.
La tensión en el pabellón era palpable. Desde los más pequeños hasta los más mayores, nadie se movía de su sitio. El Ángel Orús era una caldera, un lugar donde la emoción se podía casi tocar con las manos. Incluso, otros equipos deportivos deportivos, como la Peña Ferranca, se acercaron a animar al conjunto local.
El último cuarto comenzó como una carrera desesperada a tumba abierta. No había lugar para la especulación. El Letra Corpórea y el Peñas Sorigué lo dieron todo, conscientes de que era ahora o nunca. En ese contexto de máxima exigencia, Álex Rubio emergió como uno de los protagonistas, clavando un par de triples que hicieron temblar los cimientos del pabellón. Los locales lograron una ventaja de 68-62 a falta de dos minutos.
Los últimos instantes fueron un ejercicio de madurez del Letra Corpórea. Supieron manejar los tiempos, asegurar cada posesión y cerrar el partido con un 76-66 que desató el júbilo en el pabellón, que veía como volvía a emerger la afición por el baloncesto en la ciudad gracias al club local. Jugadores y aficionados explotaron en una celebración que parecía contener toda la tensión acumulada durante el partido.
No faltaron los gestos de reconocimiento. El público aplaudió al Peñas Sorigué, que había sido un rival de gran altura, contribuyendo a una tarde que fue una oda al deporte, al baloncesto y a la competitividad. Mientras tanto, los barbastrenses cerraban la jornada con una foto de familia sobre la pista, inmortalizando un momento que quedará en la historia del club.
En un gesto especial, el club entregó una camiseta a Vicente Rueda, delegado del equipo, en reconocimiento a su trayectoria y compromiso. La grada coreó su nombre, cerrando la tarde con una ovación que resonó tanto como las canastas anotadas.
El Letra Corpórea, tras su hazaña, tendrá ahora unos días para recuperar fuerzas y preparar el siguiente desafío en los playoffs de ascenso: las semifinales. Pero pase lo que pase en el futuro, la ciudad de Barbastro ya tiene una fecha más para recordar: aquella tarde en la que su equipo eligió creer, luchó y venció.