Buscando en el “Diccionario Aragonés” de Rafael Andolz, la palabra ‘angrucia’, lo más parecido que encuentro, es ‘engruzia’, y de ella nos dice: “apetito desmesurado, sin modales”, “ambición, glotonería”. También ‘angluzia’, tendremos “ambición”, “glotonería”; y, ya, para rematar con la voz, tendremos ‘angluzioso’, sinónimo de ‘ambicioso’.
Y ya puestos en rizar el rizo, me pienso que, de ellas, debe venir la voz un tanto barbastrina de ‘angrucia’, con la que titulo esta colaboración. No sabía con cuál quedarme; que cada cual, si tenéis la paciencia de leerlo, que aplique el epíteto que más le guste.
Aquel día, en el Cuartel del Pinar, ya sabíamos de antemano, que para comer, de primer plato teníamos judías con “acompañamiento”; ya la víspera, uno de mis compañeros, cuando leyeron la orden, le crecieron los dientes, no debió de dormir, pensando en los tropezones, que al día siguiente iba a manejar. Nada más entrar en el comedor, se colocó en el centro de la alargada mesa y se adueñó del cazo, él iba a repartir a los compañeros.
Cuando aparecieron los peroles, al artista casi se le caía la baba, y sin más se puso a la tarea de repartir. Cada viaje que el cazo hacía al interior del perol, se le notaba una risa pícara, pues había notado que el cazo tropezaba con algo y pensando que sería algún tropezón grande, lo iba guardando para cuando se sirviera a sí mismo.
«Ya sabemos aquello de ‘quien parte y reparte se queda con la mejor parte’, pero no siempre es así. El ‘anglucioso’ se sirve, pero ¿qué cazó el mozo en el fondo del perol?»
Ya sabemos aquello de “quien parte y reparte, se queda con la mejor parte”, pero no siempre es así. Estamos, ya todos comiendo, alguno casi ha terminado, pues allí, las reglas, en la mesa eran muy escasas, cuando, por fin, el “angluzioso” se sirve, pero, ¡oh! Qué desilusión. ¿Qué cazó el buen mozo en el fondo del perol? Una alpargata de esparto, ¡menuda pizca! (verídico) ¡Que te aproveche el alpargatón!
Los demás seguimos comiendo… nuestro protagonista se quedó, sin comer, ni judías ni lo que vino detrás; la imagen le impactó lo suyo, pero no escarmentó, puesto que mientras estuvo en el cuartel siguió haciendo lo mismo, siguió siendo el “rey del cucharón”.
Y con este otro acabo. Estamos de viaje por Escocia; vamos recorriendo su perímetro por las costas, hasta realizar en varios días, una semana, todo el contorno; salimos de Glasgow y regresamos a Edimburgo. Una de las paradas es en Fort Williams, donde hacemos noche, en un antiguo cuartel, acondicionado como hotel, donde nos acomodaron.
Por la mañana, pasamos a desayunar, para lo que habremos de servirnos en el bufete; allí encontramos pastas, bollos, cruasanes y otras lindezas, leche, café te y, para los “valientes”, el clásico desayuno escocés: judías, huevos fritos con panceta, quesos y un surtido de frutas, así como un plato al que llaman “haggis”, muy fuerte. En fin, al gusto y saque de cada cual.
«En el mostrador había una especie de bandeja donde sobresale un tremendo cruasán, que nada más verlo nos damos cuenta de que es de pega. ¡A ver quién pica’»
Nos servimos y acto seguido vamos en busca de mesa. En el mostrador, había una especie de bandeja-frutero, donde sobresale un tremendo cruasán, que nada más verlo, nos damos cuenta que es de pega, no obstante, conviviendo con el grupo, y observando algunas acciones, estamos pendientes, ¡a ver quién pica!
Y, sí, hubo quien picó; uno, procedente de las Baleares, antipático donde los haya, arreó con la pieza y se la llevó a su mesa… Total que, cuando intenta partirla para comerla, el cuchillo no corta, resbala, y el tenedor no pincha, rebota…
Pero él, ciego de gula, insiste una y otra vez, hasta que se da por vencido, a la vez que ve cómo, en todo el comedor, se está pendiente de su acción, y al mismo tiempo riéndonos todos de sus infructuosos intentos… Todo cariacontecido, rojo como un tomate, tiene que levantarse y volver a dejar lo que él creía el “trofeo” donde estaba.
Tengo que confesar, que, la mayoría, un poco de ganas, de revancha, le teníamos, y que con la vergüenza que al final pasó, nos dimos por recompensados, de sus varios desplantes y sornas.
En fin, seguro que alguno, o varios, de los lectores, habrán vivido y recordado alguna aventura de ese tipo y quién sabe, si en alguna ocasión, o en varias, no habremos sido los protagonistas. ¡Quién sabe, a las veces!
No hay que comer con los ojos…