A sus 67 años, Antonio Millán es un hombre que vive aferrado a su profesión. Ahora, tras jubilarse en 2019, lo hace por vocación, por amor a lo que ha estado ligado durante toda su vida y, sobre todo, por sentirse “útil” ayudando a sus compañeros que “tan mal lo han pasado”.
Nunca habría pensado que volvería al que durante tantos años fuera su consulta. El enfermero Millán volvió al centro de salud Graus el pasado día 18 de enero y desde entonces está “encantado de la vida” porque, asevera, siente que está haciendo una tarea de la que ha disfrutado mucho: “Si cien veces naciera, cien veces sería enfermero. Estas profesiones son tremendamente vocacionales y si no es así, eres la persona más desgraciada del mundo”.
El año pasado ya hubo una propuesta para volver al sistema sanitario, concretamente para ser rastreador. En aquel momento, Millán envió sus datos y su currículum pero solamente cogieron a gente de Zaragoza capital. “En aquel momento era un riesgo porque estaban las cosas como estaban. Aunque estamos física y mentalmente bien, es un riesgo la edad. Ni en Teruel ni en Huesca nos llamaron a nadie”, resalta.
Sin embargo, a final del año pasado salió un real decreto del Gobierno para poder contactar con personal sanitario; médicos y enfermeros. El consejo de ministros lo aprobó antes de Navidad y en Aragón salió publicado en el BOA en Reyes. El coronavirus quiso que Millán no se pudiera incorporar después del día 6, fecha en la que estaba prevista su vuelta. Su mujer y él se contagiaron y no fue hasta el día 18 de enero cuando se incorporó al equipo del centro de salud.
Su hija ha seguido los pasos del padre y ahora ejerce en el Miguel Servet de Zaragoza. “Allí también lo han pasado bastante mal”, subraya. Millán vive en Graus con su mujer y otra de sus hijas. “Tengo una familia maravillosa y estamos los tres encantados tras mi vuelta porque saben que disfruto de lo que estoy haciendo. Estamos todos vacunados y hemos pasado el bicho, pero siempre tienes que tener un cuidado extremo por el contacto que tienes con los pacientes”.
¿Y cómo es ahora su día a día? “Hago curas y veo a los crónicos en la consulta que llevaba antes de jubilarme y atiendo a lo que viene de urgencia. Cada día veo sobre 15 o 20 pacientes. También preparo las vacunas y vacuno del covid”, señala. Luego, si queda tiempo, se pone “a pegarle al ordenador” con trámites burocráticos. Millán asegura que más del 50% del tiempo se ocupa precisamente en temas burocráticos y reclama que se “le de una vuelta a este tema porque el profesional está para atender lo que tiene que atender”.
Ahora hay un médico de baja en el centro y no lo han cubierto porque, tal y como explica, no hay nadie para hacer la sustitución. Esas funciones, continúa el enfermero, “las tienen que asumir el resto de compañeros. Los veo cansados y quemados. Es un día y otro día. Acaban tarde y es desagradable. Y luego está la carga psicológica que ello conlleva. Ha habido gente que en plena pandemia, cuando estábamos en una ola, no iba a su casa. Estaba en un hotel o en otra casa para evitar contagiar a su familia”.
El enfermero grausino echa la vista atrás y recuerda la enorme cantidad de muertos que ha dejado el covid. “Es una locura, ha sido muy, muy duro y, al final, les pasará factura a los compañeros porque no es fácil aguantar tanto tiempo”. En este sentido, recuerda que ya han pasado dos años y pronostica que “va a continuar más porque van a venir más olas hasta que no se vacune un porcentaje muy importante de la población mundial”. Y da gracias a la aparición y evolución de las vacunas, pues sin ellas “en esta última ola hubiera fallecido bastante más gente que en la primera”.
Millán es consciente de que, al igual que los profesionales, “la población está cansada, pero le pido que siga las normas establecidas: que se ponga la mascarilla, que guarde la distancia y que cuando esté enfermo no salga a la calle, porque sabemos que hay gente que tiene que estar confinada y no lo está”. En este sentido pide encarecidamente hacer un uso “racional” de los centros de salud y que la gente tan sólo acuda cuando esté realmente enferma. “La gente se queja de que el teléfono no funciona, pero si hay dos administrativos, sólo hay dos teléfonos. Si la gente llama por cosas que son “innecesarias”, prosigue, “eso crea un problema”. Desde su punto de vista entiende que para la gente más mayor es “muy difícil” que se adapten a las nuevas tecnologías. “Yo tengo 67 años y no soy ningún ingeniero de telecomunicaciones, pero me voy manejando. Con la App del móvil y el Internet se evitan multitud de visitas y llamadas”, aunque para casos excepcionales, este enfermero estará “encantado de la vida” en seguir atendiendo a sus pacientes.