Según Pilar Piedra, las personas sometidas a un trasplante hepático son consideradas “guerreros”. Y de ahí, el nombre de la exposición que se puede ver en la sede de la Asociación de la Fotografía y la imagen de Barbastro (AFIB), en la calle Teruel. La cicatriz del guerrero es un conjunto de instantáneas de cicatrices: unas humanas, la marca de una operación de trasplante; las otras, en la naturaleza.

¿Cómo surgió esta exposición?

Tras mi operación de trasplante, me vi una herida enorme. Me sorprendió que, a los diez días, ya había cicatrizado y estaba totalmente cerrada.

¿Cuál es la capacidad que tiene la dermis para recuperarse con esa celeridad? Me llevó a pensar, no en la explicación científica, sino en si hay un poder más allá.

Al salir del hospital, allá por donde pasaba veía cicatrices, en los árboles, en las piedras… Me di cuenta de que también las otras materias sufrían adversidades y las superaban; mutaban a otros estados, pero pervivían. Así que me planteé si habrá unicidad en la materia. ¿Será todo parte de lo mismo? Investigué la teoría del Big Bang; los seres humanos como seres vivos somos materia constituida por los átomos de nuestro cuerpo. Y todo que lo existe está formado por residuos de antiguas estrellas de un pasado remoto. Entonces llegué a la conclusión que todos somos lo mismo.
Hay una parte que es materia y otra resistencia; no solo la del ser humano para superar situaciones muy adversas, como una operación de trasplante. La capacidad emocional para superar situaciones adversas no entra en el plano material, horizontal, estudiado por la ciencia. Está en un plano superior, vertical. Al final, planteo una hipótesis: quizá, la capacidad de recuperación, tanto del alma como la material, provenga de esa fuerza elemental desconocida que fue la creadora de la partícula primigenia donde todo es energía en unidad perfecta. Acabo ahí, planteando esa posibilidad.

A partir de estas ideas, ¿cómo se gestó la exposición?

Cuando me había recuperado un poco de la operación, pensé en que podría hacer algo en fotografía de esa idea de la recuperación de la piel y la transformación de la materia. La fotografía siempre me ha fascinado, pero jamás la había estudiado. Al cabo de tres o cuatro años, empecé a hacer cursos, aquí en AFIB, y otros talleres con otros fotógrafos. Y así empecé a gestar la exposición, que ha dado muchas vueltas. Primero era en blanco y negro, con cuerpos enteros que luego se han ido reduciendo, hasta lo que es la cicatriz.

Al final, ha surgido toda una reflexión física-filosófica que no sé si hace falta pasar por una experiencia como un trasplante para llegar a ella.

Ahí quería yo llegar. Esta capacidad de recuperación del ser humano y salir fortalecido de estas experiencias te eleva. Das un paso evolutivo de gigante; a raíz de esta experiencia, ves las cosas de forma distinta. Ahora, para mí, todo es perfecto. Nada es feo, veo belleza en todas partes. Incluso doy gracias a esta adversidad, por muy dura que fuera, porque me ha permitido dar ese paso evolutivo para ser otra persona.

Esta exposición es una reflexión sobre la importancia de donar.

Cuando termino las visitas, pregunto: ¿has pensado qué hacer con tu materia cuando cambies de estado? ¿Es decir, cuando te mueras? Y planteo que pueden donarla y darán vida. La exposición es una reflexión muy íntima sobre la materia y la vida, pero tiene un fin: concienciar a la gente de la necesidad de donar órganos.

Las fotos de las cicatrices están acompañadas de unos textos, escritos por esos guerreros que llamáis a los trasplantados.

Yo les llamo guerreros por la fortaleza que han tenido para superar todo este proceso. Y sí, son reflexiones de ellos. Para mí, algunas parecen proverbios que te permiten reflexionar sobre la vida.