En Roma lo llaman Pasquino. Una estatua casi olvidada, sin brazos ni pies. Por no tener apenas tiene cara. Una ruina más, desapercibida a la suerte de una esquina que lleva a la Piazza Navona. Pero, como casi todo lo que suele estar roto, tuvo vida. Si en el siglo XVI tenías algo que decir en la Ciudad Eterna, lo escribías en verso y lo arrojabas de forma discreta a Pasquino.

Aquello pronto se convirtió en el altavoz del pueblo. También en carcajada y proclama. Nadie se libraba de las sátiras y denuncias ni el vecino ni el gobernante. Ahora, cinco siglos después, Pasquino me viene a la mente cuando buceo en Instagram. Hay varias cuentas dedicadas a Barbastro. Una, por ejemplo, denuncia el abandono del casco urbano. Otra, es la viva imagen de Pasquino. Los barbastrenses envían denuncias y este perfil los publica. Desde badenes en carreteras a hierbajos sin cortar, suciedad en las calles o sugerencias de mejora.

Hay opiniones de todo tipo. Alguien habla sobre las fiestas de septiembre, otro sugiere más parques en la avenida de la Estación. Pero basta con leer unas cuantas publicaciones para ver una línea clara. Para unos es decadencia, para otros el envejecimiento de la ciudad. No solo por las fachadas desconchadas ni por los locales abandonados decorados con graffitis. Hablan de industria y de vivienda. De comercios y oportunidades laborales. Destacan, como en todas las quejas, lo malo porque nadie niega lo bueno.

Barbastro no tiene fama de ciudad eterna pero tiene ruinas y un Pasquino. Un buzón que tal vez este 2023 se sienta más atendido que de costumbre. Defectos que no gustan y se tratan de maquillar pero que, sin duda, pueden y deben arreglarse. Algunos como el centro de salud ya arrancan. Otros, como las fiestas para los jóvenes, hay que limarlos. Pero ya que hacemos paralelismos, hay que recordar que Roma no se construyó en un día.