A José Beltrán Aragoneses, periodista y director de Vida Nueva, no le tocaba leer el pregón. Estuvo en Barbastro el pasado año en el Congreso Nacional de Cofradías y Hermandades y regresa este año en el arranque de la Semana Santa.
A usted le habían encomendado presentar a la hermana María Luisa Berzosa como pregonera, pero la providencia ha querido que fuera usted. Y conoce Barbastro.
Tuve la fortuna de venir el pasado año con motivo del Congreso Nacional de Cofradías y Hermandades. Vi cómo se sentía la Semana Santa y aquello olía muy bien.
Sin duda ha influido a la hora de redactar el pregón. Conocer de primera mano cómo suenan los tambores de Barbastro y cómo se prepara la Semana Santa habla de una ciudad muy viva y nos dice que las procesiones no son sólo un museo al aire libre sino la manifestación de una fe que se transmite. No se trata sólo de una generación, se trata de algo transversal.
¿Qué aportan las procesiones a la nueva evangelización? Porque entre los espectadores unos carecen de fe y otros de formación religiosa.
Las procesiones, las cofradías y hermandades suponen un gancho para acercar a los alejados, a aquellos que se han desengañado en un momento determinado y también para aquellos que, sin tener ningún tipo de bagaje religioso o de pertenencia a la Iglesia, descubren en esa pasión –con minúsculas– que vive cada uno desde la emoción; la Pasión con mayúsculas.
Esas imágenes nos hablan de una Virgen y de un Cristo que se ha entregado por nosotros. Esto puede despertar preguntas, y más en medio de una sociedad en la que ya no vemos monjas o curas y, si lo ven, aparecen en fiestas de carnaval con un sentido peyorativo.
La Semana Santa no debe reducirse a un mero espectáculo.
Ni postureo, ni exhibicionismo. En los últimos años, cofradías y hermandades desempeñan una destacada labor de catequesis. Si antes, debido al analfabetismo de la gente, las imágenes y el oído servían para enseñar; ahora ocurre algo similar. No por no saber leer, sino por desconocimiento de la cultura religiosa. Las procesiones deben ser expresión de lo que somos, una manera de mostrar la fe desde la entrada de Jesús en Jerusalén hasta su muerte y resurrección.
Una manera de transmitir nuestro credo.
El desafío que vive la Iglesia en estos tiempos y al que todavía no hemos sabido dar una respuesta completa es cómo trasladar esa emoción que se despierta en la procesión a un itinerario de fe y a un acompañamiento. Disponemos de muchas oportunidades gracias a las cofradías y a la piedad popular que no estamos sabiendo del todo encauzar.
Decía un amigo mío que la gente no se ha ido de la Iglesia que, a lo mejor, la Iglesia se ha alejado de la vida de la gente. Y en las cofradías y hermandades, la gente encuentra hermanos, amigos… Se crea un espacio para hablar, para compartir y para ayudarse. Y se viven tanto momentos buenos como malos. También se van juntos a tomar unas cervezas, pero también están al quite si uno atraviesa un momento delicado. Quizá en la Iglesia nos hemos preocupado demasiado de la administración de los sacramentos o de catequizar y poco de acompañar esos momentos.
¿Cómo ha enfocado su pregón?
No sé muy bien qué pistas darle. Me he fijado en Dios que es el Dios de las segundas oportunidades. Me he centrado en los personajes secundarios. Como yo en este caso, que iba a presentar a María Luisa Berzosa feliz por acompañarla y por quedar en un plano oculto.
O como el cireneo, ni se trataba de un discípulo, ni de un amigo, sólo pasaba por ahí. Y, sin comerlo ni beberlo, los romanos le obligaron a ayudar a Jesús con la cruz. Así ocurre muchas veces. La vida te recoloca y, a veces, te toca dar un paso al frente.
Conoce al papa Francisco, ¿cómo es en el trato cercano?
Sitúa a la persona y a los pequeños en el centro. Cuando te encuentras al lado del papa Francisco tú cobras todo el protagonismo y él queda en un segundo plano, aunque parezca mentira. Le importa la persona y yo me imagino a Jesús así. Ubicando al vulnerable, al pobre como la pieza importante y rompiendo toda distancia y todo protocolo. Yo considero a Francisco un outsider y no en el sentido de fuera de la ley o antisistema, sino como sinónimo de alguien que viene a dar sentido a la autoridad no como poder, sino como servicio. Y Francisco desea despojar a la Iglesia de esas adherencias que portamos para centrarnos en el Evangelio y en Jesús.
Además, se nota su vigor.
No pierde la ilusión. A pesar de la edad, lo veo como una de las personas más felices del mundo que yo conozco. Entiende el Papado como un servicio que él ofrece hasta donde puede y que depende de Dios. Nosotros nos agobiamos porque no llegamos a todo, porque nos equivocamos… y yo veo que él sabe que más allá de sus fuerzas cuenta con Dios ¡el mejor socio del mundo!
El papa acaba de recomendar desideologizar la información religiosa y la formación de los sacerdotes. A veces los medios de la Iglesia escriben para la Iglesia y no saben salir.
Y eso sería tan fácil como utilizar el lenguaje. Pienso, por ejemplo, que muchos de nuestros vecinos, si entrasen en una eucaristía, no se enterarían de nada. Así, el primer paso del papa Francisco ha sido traducir al lenguaje de hoy el evangelio y la realidad de la Iglesia.
Él habla de manera natural y en cuanto a la desideologización de la información lo suscribo totalmente. Vivimos en un mundo por completo polarizado y nuestros medios de comunicación generalistas se encuentran en exceso virados hacia un lado o hacia otro del ámbito político. Lamentablemente, nosotros en la Iglesia también nos hemos contagiado. Y, sin vivir de espaldas a esa situación, sí tendríamos que ser parapeto para no contagiarnos de esa gresca y de ese enfrentamiento. Y con total respeto para el programa Sálvame, que dentro del entretenimiento podía hacer lo que quisiera, en la Iglesia se vive una cierta “salvamización” del hecho religioso: buenos o malos; derecha o izquierda; progresistas o conservadores.
Estamos viviendo de grandes titulares.
De píldoras informativas. Nos conformamos con que nos expliquen un mundo sencillo, nos olvidamos de que la vida cuenta con muchos más matices y si alguien nos libró de las etiquetas es Jesús de Nazaret. En el evangelio de la mujer adúltera queda bien patente: Jesús mira más allá de lo que decían de la mujer y la acoge. Para los cristianos, esa llamada hoy sigue más vigente que nunca. Saber mirar más allá y eliminar prejuicios. Trabajamos desde el mundo que tenemos en la actualidad, y lo debemos hacer sin miedo y sin que tengamos un errado concepto de la pureza o de la perfección.