En una reciente Tercera de ABC el barbastrense David Lafuente Durán se refería al trabajo de los funcionarios, como servidores de lo público, de un ámbito que nos atañe a todos. Si es buena noticia que esa ilustre tribuna sea protagonizada por un buen amigo (pensando además en el consolidado prestigio de esa página), me gusta porque no contrapone una artificial incompatibilidad entre lo público y lo privado.
Lafuente escribía en El romanticismo y la ciudadanía (5 enero) de ciudadanía en el marco de una vocación al servicio público y de apuesta por valorar el decisivo trabajo de cuántos trabajan con esa vocación, muchas veces sin brillo y en ocasiones desacreditada con análisis muy superficiales. Es una ciudadanía que, con sus palabras, potencia los alicientes que la vida tiene y que van más allá de un sueldo. Son hechuras muchas veces heredadas de los padres, como pueden ser “la familia, la amistad o la satisfacción de un trabajo bien hecho que contribuye a hacer de esta sociedad un mundo mejor”.
Pienso que no tiene sentido dividir entre lo público y lo privado, como machaconamente se insiste desde instancias oficiales e ideológicas. Se ignora que siempre hay personas y emprendedores que sirven con la mejor disposición sin esas molestas etiquetas. Claro que hay problemas y carencias y que los recursos son escasos. Pero eso no justifica demonizar lo que no es público, como si la creatividad y la espontaneidad del emprendedor fueran menos positivos para el conjunto de la sociedad.
En estas semanas de consultas médicas en el Hospital La Paz-Carlos III puedo comprobar con admiración el trabajo abnegado de sus profesionales a todos los niveles. Resulta emocionante el trato humano, la atención personal, el cuidado de los detalles con pacientes que requieren muchas veces un empujón anímico. Los pacientes son parte de su vida y a ellos dedican sonrisas, paciencia y cariño, que son actitudes difíciles de encuadrar o exigir en una nómina.
Ni público, ni privado: el interior de cada persona y de estos profesionales es lo más significativo. El trabajo bien hecho, que escribía Lafuente, incluye en estos funcionarios esa acogida sonriente y amable, personalizada, que tira para arriba en situaciones personales muy duras. Pienso que estas actitudes positivas son muy necesarias cuando hay tanta polarización y confrontación.
Porque se trata de “vivir con intensidad cada momento, no estando siempre fuera de ti mismo o siempre con el móvil al lado, que es una manera estupenda de no estar presente. Hay que estar presente en la vida y disfrutar de las cosas que están pasando ahora”.
Estas palabras son de la filósofa Ana Carrasco Conde en una entrevista del domingo pasado en El País y coincido. Me recordaron las tan tremendas escenas de La sociedad de la nieve y las posturas enfrentadas de la superación frente a la desesperación en un drama que saca lo mejor de cada uno y que ofrece y comparte con los demás accidentados.
Esa es mi apuesta para valorar y agradecer cuanto recibimos de los demás en una sociedad donde los cuidados irán creciendo y donde valoraremos cada vez más las aportaciones singulares que recibimos de nuestro entorno.