Echamos la vista atrás con Ángel Pérez Pueyo cuando ha transcurrido una década desde que se supo que vendría a pastorear la Diócesis de Barbastro-Monzón. Repasamos su tarea en estos años, con hitos destacados como la reestructuración territorial y pastoral, o asuntos como la devolución de los bienes eclesiásticos y, aún en proceso, la regularización de Torreciudad.
27 de diciembre de 2014. ¿Dónde estaba entonces y cuáles fueron sus sensaciones cuando recibe la noticia?
Me encontraba en Roma, entre los colegiales del Pontificio Colegio Español a donde los obispos españoles mandan a estudiar a los sacerdotes las distintas especialidades. El día 27 todos habían marchado a casa, pero yo había recibido la noticia de mi destino el día 9 y no podía decir nada. Me habían dicho “tengo una noticia –y pensé que era algo del colegio–, el Papa ha pensado en usted para la Diócesis de Barbastro-Monzón”.
¿Qué sabía de esta diócesis?
Había pasado por ella, porque íbamos al campamento a Pineta y era parte del Pirineo. Pero solo conocía a una persona, al cura de Bielsa, Benjamín, que venía indefectiblemente todas las tardes al campamento. Por lo demás, solo por los medios de comunicación.
¿Qué es lo que más le llamó la atención cuando llegó aquí?
Sin duda, su gente. Esta diócesis dispone de tres elementos fascinantes: su geografía, su patrimonio, y, sobre todo, la calidez, el estilo y la bondad de la gente.
En una de las primeras decisiones, viajó por las 254 parroquias de la diócesis. ¿Encontró nexos entre ellas?
El mérito corresponde al sacerdote Ernesto Durán, que me dijo: “Tienes que peinar la diócesis”. Así que, en la primera reunión con los sacerdotes, después de tomar posesión, les dije que quería verla por sus ojos y fui cuando me dijeron a cada pueblo. Si tuviera que hacer balance, de lo que me siento más orgulloso es de haber podido recorrer de la mano de los curas todos los rincones.
¿En común? Como ya he dicho, la manera de ser de nuestro pueblo: humilde, sencillo. Es verdad que envejecido, que siente con fuerza la soledad de la despoblación y a eso tenemos que responder. Fui sintiendo las llamadas y, poco a poco, el Señor me fue dando el equipo de colaboradores y la imagen de futuro. Así, la proyección de futuro pasa por consolidar la reestructuración territorial, primero, y de funciones y de servicios, después.
Precisamente, ¿cómo ha ido este proceso de reestructuración?
Nuestro principal activo lo constituyen las personas. Aunque cuando llegué había 80 curas y ya les he cerrado los ojos a más de 40. ¿Cómo doy de comer el pan de la Palabra, de la Eucaristía y la ternura de Dios a la gente? Con quien está siendo corresponsable, creando una estructura y luego armonizando el territorio, reduciendo seis comarcas a cuatro arciprestazgos. Cuatro zonas que yo imaginaba como si fueran obispados pequeños, con un equipo cada uno para que este proyecto funcione. Con equipo, palabra mágica para que funcione este proyecto ilusionante. Hasta ahora, solo estaban los sacerdotes, algunos muy mayores y con muchos pueblos. Ahora los unimos y les doy posibilidades para trabajar como misioneros. Lo importante, que lleguemos a todos.
Los laicos han jugado un papel importantísimo.
El Papa, como he explicado muchas veces, me dijo: “No te mandé a administrar miseria, sino a optimizar recursos. Sé valiente, atrévete”. Los recursos humanos han sido el mejor activo, las personas a las que, cuando se les ha dado la oportunidad de sentirse parte de un proyecto ilusionante, lo han enriquecido. Hemos contado con profesionales en las diferentes áreas: economía, gestión, medios, la curia. Se ha ido integrando a un colectivo que, teóricamente estaba “adormecido”, porque nadie les había invitado a participar activa y corresponsablemente.
También ha habido feligreses que no han entendido la reestructuración, que reorganicen las misas o que oficie un animador de la comunidad.
Es normal. Todo cambio encuentra resistencias. Sufrimientos no han faltado, de diversa índole, y yo los entiendo. Las dificultades las doy por bien empleadas, aunque a veces duelan. Sobre todo cuando no se hace justicia, cuando hay menosprecio o juicios de valor que no se corresponden a la realidad. Pero es comprensible que si mueves a alguien de su ámbito de confort, eso pueda generar dudas o protestas. Hay que dar tiempo.
Pero creo que estamos integrando a más personas y que, en general, se entienden los cambios. Las celebraciones han de llegar a todos los rincones de la diócesis de la mejor y más equilibrada manera. Como una madre, me alegra más que se valore a mi hijo o hija a lo que digan de mí. Estoy convencido de que el tiempo reconocerá que estos cambios se consolidarán en una mayor y mejor atención a nuestro pueblo.
Hemos comentado que esta tierra es rica por su gente, pero también por su patrimonio. Es obispo de tres catedrales.
Y estamos en ese proyecto con otras diócesis de España con financiación europea. Me emociona la calidad de los profesionales del Museo Diocesano; también de la curia y de cada unidad pastoral, que son capaces de trabajar junto a otros y multiplicar. El papa Benedicto XVI dio la clave, porque habla de una Via Pulcritudinis. Cuando parece que Dios ha dejado de estar presente en la sociedad, de repente, se valora todo el potencial de lo artístico, lo cultural, lo literario. A través de las artes podemos hacer visible el rostro de Dios que ha quedado esculpido en las piedras o en unos lienzos.
Uno de los hitos de su obispado ha sido reclamar por lo civil los bienes de las parroquias de la zona oriental de Huesca, que siguen en depósito en el museo.
El proceso sigue abierto. No lo veo como un hito, fue más bien conseguir que se hiciera realidad algo que la Iglesia ya había determinado en numerosas resoluciones que debían cumplirse. Así que hemos hecho lo que se tenía que hacer. Tuve la suerte de poder cristalizar por la vía civil algo impensable. Cuando llegué a la diócesis, llamé a todas las puertas y nos daban la razón, pero no la ejecución. La Iglesia no tiene esta capacidad. Así que planteamos la vía civil con equipos jurídicos competentes y vimos que era la única solución. Afortunadamente, nos volvieron a dar la razón y el prurito fue que, además, propiciaron la ejecución. Si no hubiera habido otras injerencias, se hubiera resuelto por la vía eclesial. La razón estaba de nuestra mano.
También ha sido inédito el proceso con Torreciudad. ¿Por qué lo elevaron a la Santa Sede?
Porque tras cuatro años de conversaciones, veinte reuniones y numerosos interlocutores, hemos de ser humildes y pedir que, en busca del bien para todos, resuelva una instancia superior. No tiene más.
En 2020, nos solicitaron la novación del actual contrato, que data del año 1962. Lo examinó el equipo jurídico, la comisión permanente y los órganos colegiados, y pensamos que era una excelente oportunidad para regularizar algunas situaciones que, a lo largo de casi sesenta años, no se habían ordenado. Podíamos mirar hacia otro lado, cerrar el expediente y dejarlo como está. O podíamos, como hemos hecho, ejercer la responsabilidad que tenemos, porque estamos hablando de una Virgen y una devoción milenaria, ligada a las raíces de este pueblo.
Por parte del obispo, por parte de este Obispado, lo que queremos es que nadie se pierda, que todos los hijos sean atendidos pastoralmente. Para ello tenemos que establecer unos criterios comunes de comunión y corresponsabilidad. Como los salesianos, los escolapios o las religiosas de San Vicente, el Opus Dei es un hermano más en nuestra diócesis que, como el resto, la enriquece. Insisto: todos iguales, todos hermanos, como en una gran familia y todos, por el bien común, bajo la paternidad y coordinación del Obispo, en comunión con el resto. Si quiero colaborar en tu casa, te sigo. La jurisdicción de la Iglesia universal es del Papa; de la iglesia diocesana, el obispo; de la parroquial, el párroco.
¿Cómo han vivido estos meses? Con los ríos de tinta que han corrido…
Con sorpresa. También con dolor ante quien no entiende que buscamos el bien de todos. Ahora se habla mucho, y es así, de que una cosa es lo que ocurre y otra, el relato de lo que ha ocurrido. ¡Si empezáramos a desmentir, no acabaríamos! Nosotros hemos optado por estar en silencio y confiar serenamente en que al final será para bien, porque todos somos Iglesia, una única Iglesia. Y porque no todo vale.
Creo que es fácil entender que si se tiene el carné de conducir caducado, hay que renovarlo. Si dices que Torreciudad es un santuario, pero resulta que es un oratorio, habrá que regularizarlo. Es lo que han intentado este obispo y los órganos colegiados de la Diócesis. En el proyecto diocesano todos vamos en la misma barca e intentamos remar en la misma dirección. Todos iguales, todos Iglesia.
Usted ha conseguido conectar con niños y jóvenes.
Sigo siendo un aprendiz. De pequeño, aunque no lo parezca, era una persona introvertida y tímida, pero he ido aprendiendo la importancia de la cercanía y la presencia, sobre todo conforme la vida me ha ido dando responsabilidades. Nuestro pueblo me ha llevado a ser cercano con la gente. Cuando quieres a alguien, conectas, con niños, jóvenes, abuelos y familias. Una bendición que no podré agradecer suficientemente a Dios: la gente que me ha ido haciendo obispo, cura, persona.
Tras estos diez años, ¿qué reto se plantea ahora para la Diócesis?
Van a decir que me repito, pero el reto sigue siendo el mismo: que nadie se pierda. Con 109.000 habitantes, soy muy consciente de que no todos son creyentes. Pero todos llevan en el corazón a Dios y es mi deber ayudarles a encontrarse con Él. En relación con este, tenemos el reto de consolidar la reestructuración geográfica y pastoral porque de esa manera, aunque los recursos sean exiguos, si los optimizamos bien podemos llegar a todos. Y si saliese, sería el más de los mases, la beatificación de los 252 mártires. Este es un pueblo santo, me siento conmovido porque piso tierra sagrada. Y pido perdón a aquellos a los que, involuntariamente por mi parte, no se han sentido escuchados, o reconocidos, o valorados.