Recuerdo mucho los artículos de Haro Tecglen. Era una columna, al final del diario El País. Cada día. Aún me asombro: no es sencillo escribir a diario en el mismo medio y conseguir mantener la calidad y el interés de los lectores. Eran artículos redondos, como poemas. Admiré, también, mucho antes, a Umbral cuando escribía en el Heraldo de Aragón, en la última página, creo recordar. Eran artículos que me impresionaban: audaces, cáusticos a veces, muy modernos para aquel tiempo, auténticos. Me encantaban. No, no es sencillo. Pensaba esto buscando tema para mi artículo de este mes, febrero, que se me resistía. Febrero, mes frío, temido siempre en casa, recuerdo, porque, salvando la Candelera, que entonces era un mercado mucho más local, era un tiempo muerto para el comercio.
Y es que no puedo ni quiero volver a la ley, a la súper ley, de la que se ha hablado y se habla, de la que se escribe y se opina: una ley entre muchas, pero que parece única. No voy a decir nada porque ya dije y aún no estoy en edad de repetirme. Ni voy a extenderme sobre la impresión que me dio la ministra de Justicia liándose bastante y prometiendo asumir la responsabilidad por la reforma de dicha ley, que era defendida hasta ahora con uñas y dientes. A la ministra le ha tocado el peor papel, reblar no le gusta a nadie. Se entiende que estuviera nerviosa, asustadiza, próxima al llanto. Pero antes desdecirse, explicar lo inexplicable que dimitir, eso es en otras tierras, aquí lo de tragar va en el sueldo, abultado, desde luego. No, no voy a insistir en que estamos dirigidos por gobernantes que no dan la talla. Punto. Y final.
Y es que este fin de semana me he instalado en la ficción, vi la gala de los Goya y un par de películas casi de un tirón. Y eso que estoy de acuerdo con mi compañero de sección, Ildefonso: el cine hay que verlo en el Cine, en pantalla grande, a oscuras, en silencio. Sigo yendo al Cine, pero este fin de semana he pecado, lo reconozco, y he sucumbido al confort del sofá casero y he vivido varias historias, en diferentes espacios y tiempos, algo así como aquel personaje de una película que viajaba sin salir de la cama y cuyo mayordomo le servía las comidas y le iba anunciando las estaciones a las que llegaban, incluso advertía si el tren llevaba retraso.
Recibí con agrado el Goya a Argentina 1985, la había visto recién estrenada. No es que yo crea excesivamente en los premios, no, hay demasiado tufo, en ocasiones, a lo que, en cada momento, conviene, a lo políticamente correcto. Javier Marías presumía de no haberse presentado nunca a premio alguno y tuvo reconocimientos de altura. Yo, más que en los premios, creo en el tiempo, que suele decidir qué obra pasa a la eternidad. La película sobre Argentina nos lleva a un tiempo que conocemos, duro, de crímenes desde el poder, que un fiscal con arrestos decide desenterrar. Lo sabemos, conocemos lo que pasó, más o menos, pero impacta y, seguro, nos hace pensar que hay esperanza en el género humano. Vi Modelo 77, me impresionó, nos acerca a lo nuestro, a aquellas cárceles cutres, con tufo a corrupción. Y volví a Saura, que supo que le llegaba el Goya de honor poco antes de irse para siempre. Saura y su Jota, Saura y su Flamenco, Saura y Goya. De su mano, en mi sillón, di una vuelta por los cines de los años en que pudimos ver tantas películas que vinieron de fuera y las del maestro, Saura un icono entonces. Saura, aragonés, contándonos historias extrañas, con símbolos que descifrábamos con deleite: otra vez Larra o Quevedo luchando contra la censura, diciendo sin decir, diciéndolo todo a borbotones. España siempre ha hecho discurrir a sus autores, los ha hecho grandes también por forzarlos a encontrar el lenguaje para decir sin decir, para que sus ideas no los llevaran a presidio…Y ahora nos pensamos a salvo porque estamos en un régimen de libertades, pero la censura soterrada o la autocensura empiezan a ser cada vez más evidentes… Decidí que aún quedaba noche y seguí con Saura. Vi otra vez La Caza, terrible, “el hombre lobo para el hombre”, siempre. Allí está la escena del esqueleto de la guerra civil enterrado en una cueva, lo filmó en 1966. Eso era, es, será Cine con mayúsculas.
Y llega el final del folio: otro artículo sin hablar del gobierno. ¿O sí? Hasta el próximo.