Reconozco que hoy me ha costado empezar a escribir. No es sencillo ponerse ante el papel, no crea, querido lector, que la pluma va sola, de qué. Hay que llevarla y, a veces, no hay forma de arrastrarla y otras parece que se empeña en volverse contra la mano que la sostiene, que quiere meterse en líos y hay que sujetarla. Es raro.
Recordaba hoy yo a nuestros escritores del 98, que clamaban contra los males de la Patria, y hasta he empezado un par de veces a imitarlos poniendo el dedo en varias de las llagas que supuran ahora: la del follón de quererse cargar la ley de amnistía, tan celebrada en su día; la de un gobierno autonómico animando al incumplimiento de la sentencia que exige el uso de un 25 por ciento del castellano en las aulas –¡toma Estado de Derecho!–; la del destierro del esfuerzo como motor del aprendizaje; la de las cesiones absurdas a varios grupos minoritarios a cambio del voto a los presupuestos en las Cortes; la de los cambios en el cómputo de los infectados por Covid para que las cifras no resulten alarmantes y hasta el extraño Belén que va a lucir Barcelona siguiendo la estética delirante impuesta por el Consistorio un año más…
Con cada uno de estos asuntos podría escribir alguno de aquellos extraordinarios autores un buen soneto burlesco o una novela costumbrista de altos vuelos, pero mi pluma no está por la labor y no es la suya, claro. No hay forma. Se atasca, no sabe por dónde empezar ante tanto desatino. Así que, como ya estamos cerca de la Navidad, la he dejado descansar un poco, me he metido en la cocina y me he puesto a hacer turrón de almendras para endulzar todo este sinsentido. Y he desconectado. ¿O no?
Tenía las almendras peladas, que es una ventaja, así que he echado en una sartén amplia el agua y el azúcar y he ido dando vueltecitas a la mezcla en busca del almíbar con mucho mimo. Una vueltecita y otra, despacito, sin prisa, sin agobio. Y con cada movimiento lento iba pensando que los políticos podían dedicarse a dejar los focos de lado y a meditar algo de cuando en cuando, a leer a los clásicos, que tienen mucho que enseñar.
Seguía moviendo el líquido hasta que se han formado unas burbujas algo gorditas y he echado las almendras despacito y se ha adueñado enseguida de la cocina un aroma muy agradable. Las prisas no son buenas para nada, hay que detenerse, no hablar sin pensar y los políticos tendrían que dejar, de cuando en cuando, la lengua en su sitio, no usarla sin fundamento, no largar sin ton ni son, reflexionaba. Mientras, con calma iba moviendo las almendras bañaditas en el líquido, una y otra vez, sin parar, luego con algo de garbo, hasta que ha quedado la mezcla de un marroncito más pardo, momento en el que he echado una buena cucharada de miel y otra vez a marearlas, con mucho tiento porque empezaban a bailar y salpicaban algo y podía quemarme. Se queman los políticos porque van a saco, todo son prisas por llegar a la cumbre del poder y más prisas para acabar con todo lo que no los mantenga en él…
Cuando he terminado de cocinar el turrón y estas reflexiones, he estado a punto de deshacerme de este artículo en una autocensura en toda regla porque he pensado que alguna feminista de nuevo cuño y pocas lecturas podría acusarme de cocinitas, de hacer el caldo gordo a una sociedad patriarcal, de fomentar los roles machistas y todo eso, pero ha sido una fracción de segundo porque a mí esas simplezas, a estas alturas, me resbalan.
Pues ya ve, querido lector, he acabado el artículo y no he hablado del gobierno ¿o sí? Hasta el próximo.