Se ha estrenado recientemente la película El 47. En ella se nos cuenta la historia real de un hombre, Manolo Vital, emigrante extremeño y conductor de autobús en Barcelona, que luchó denodadamente para que, en su barrio, Torre Baró, aislado de la ciudad condal tras una montaña e incomunicado por el difícil acceso de cualquier medio de transporte, llegara una línea del autobús urbano.
Vital recorrió oficinas, departamentos y secretarías, habló con concejales, delegados, secretarios y políticos diversos. En todas partes encontró negativas a la propuesta del autobús so pretexto de la imposibilidad de que un transporte pudiera acceder al barrio por un trayecto tan empinado y sinuoso. Todas estas conversaciones estuvieron llenas de sonrisas, buenas palabras, promesas y nada más.
Finalmente, cansado de ver que sus reivindicaciones caían en el olvido, el 7 de mayo de 1977 “secuestró” el autobús que conducía y lo subió hasta Torre Baró entre los aplausos y vítores de los vecinos, demostrando así que su reivindicación era posible. A consecuencia de esto, Vital fue un tiempo a la cárcel.
El episodio que narra magistralmente la película recuerda las luchas vecinales que en nuestro país tanto significaron. Hombres y mujeres de diversos credos unieron sus esfuerzos para dignificar la vida de los barrios y de los pueblos en los difíciles momentos de la Transición.
Cuando ahora parece que la Administración pública tenga que, a base de subvención, cuidar paternalistamente muchas reivindicaciones, hay que recordar a tanta gente buena que, en años muy difíciles, se jugó el tipo para conseguir un futuro más libre y justo.
La lucha vecinal, la desobediencia civil, el desafío a la autoridad, el testimonio personal para unir a los vecinos, el compromiso por todos, la lucha no violenta… Todo lo que ha conseguido muchos beneficios de los que hoy gozamos tiene que ser recordado, agradecido e imitado.
A la Administración no hay que pedirle favores, hay que exigirle cumplimiento de derechos.
En tiempos de una nueva inmigración, en los que la pobreza vuelve a pasearse en muchas zonas, aquel autobús accediendo a lo que parecía imposible y conducido por un rebelde solidario y comprometido, nos recuerda que todos estamos llamados a luchar pacíficamente por los derechos, por los nuestros y por los de aquellos que, a nuestro lado, viven la miseria y la injusticia.