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Carlos Gómez Mur A cuatro manos
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El baile

Carlos Gómez Mur A cuatro manos
25 agosto 2022

Me decía un amigo que tenía la desagradable impresión, cada vez más difícil de ignorar, de que todo se estaba descomponiendo a su alrededor. Como ejemplo no citaba la seguridad social, seriamente tocada por la inefable gestión de la pandemia, ni el desastre ferroviario provocado por el robo de unos metros de cable.

Todo eso y algunas cosas más, como la guerra, la sequía, la subida de precios, la vuelta de las fiestas patronales o la crisis energética, le parecía importante y desde luego, muy preocupante, pero, según él, el síntoma más evidente de que todo se va a…, es el baile del alcalde de Vigo.

El baile en cuestión, que insistió en enseñarme en su móvil, no es ni más ni menos extravagante o extemporáneo que los concursos de bombillitas de navidad que este hombre organiza cada año, la entrevista del alcalde de Madrid con dos bromistas rusos o, por apuntar algo más alto, las gansadas de varios presidentes de Estados Unidos, antes, durante y después de ejercer como tales, pero sirve para plantearse alguna cuestión interesante sobre el modelo de gobierno que tenemos y que, grosso modo, se conoce como democracia representativa.

A mi amigo le parecía dudoso, por ejemplo, que comportarse en público como un imbécil, y más de manera reiterada, fuera compatible con la capacidad de llevar a cabo una gestión medianamente responsable de la pequeña isla de baja entropía, mantenida cada vez con más dificultad y a base de quemar primero árboles y después carbón y petróleo, en la que habitamos.

Desde luego, no lo parece, que sea compatible, quiero decir, pero es igual porque nadie plantea la cuestión en esos términos y, además, también podríamos preguntarnos, aunque sea de manera retórica, si exhibir en público un comportamiento que mi amigo y seguramente alguno más, considera propio de imbéciles, es compatible con ganar, por mayoría absoluta y reiteradamente, unas elecciones. La respuesta, evidentemente, es que sí y por tanto la pregunta anterior carece de interés y la opinión de mi amigo sobre lo que es o deja de ser propio de imbéciles también.

A mí me parece más interesante, puestos a divagar, establecer hasta qué punto el comportamiento de un sistema termodinámico, esta civilización, sujeto a unas leyes fundamentales que hemos enunciado, pero no establecido y que no podemos modificar, puede verse afectado por decisiones tomadas en Washington, Madrid o Vigo o por un discurso económico o político contingente, cuyo contenido es generalmente ajeno a esas leyes.

La respuesta es, seguramente, ambigua. El sistema, nuestra pequeña isla de baja entropía, camina, como nosotros, hacia un final que podemos acelerar, que quizá estemos acelerando, pero que no podemos retrasar ni, por supuesto, evitar.

Mientras tanto, que el alcalde de Vigo baile o deje de bailar es, comparado con lo que dicen que se nos viene encima este otoño, algo insignificante.

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