En muchos ámbitos, la pandemia del coronavirus obligó a reformular calendarios y retrasar iniciativas útiles para la vida comunitaria. La Acción Católica General, siguiendo la llamada del papa Francisco, había iniciado una campaña sobre “el cuidado de la casa común”, coincidiendo con el cumpleaños de su encíclica Laudato si, para promover el cuidado de esta tierra que es nuestra casa común.
Las limitaciones de la pandemia ralentizaron las iniciativas previstas en la campaña, pero no las condenaron al olvido. Se había realizado el análisis de ese “clamor de la tierra por el daño que le provocamos a causa del uso irresponsable y del abuso de los bienes que Dios ha puesto en ella” y la valoración de esta realidad a la luz de la citada encíclica, pero hubo que aplazar la difusión de sugerencias y la puesta en práctica un modo de actuar respetuoso con la tierra.
La actual situación permite fijar de nuevo la mirada en nuestra “casa común”. A menos que se quiera pecar conscientemente de insensatez, es obligado preguntarse, personal y colectivamente, qué pasa si no escuchamos la llamada de ayuda que la tierra nos hace. El recurrente debate sobre el cambio climático y sus previsibles consecuencias obliga a preguntarse qué debemos hacer.
Escudarse en la excusa de que en la historia ha habido ciclos de bonanza y de estiaje, de vacas gordas y vacas flacas, por usar la imagen bíblica de la escasez de alimentos sufrida por Egipto, es un engaño, porque ahora entra en juego un factor antes desconocido: la contaminación provocada por un ritmo de consumo dos veces mayor que la capacidad de la tierra para producir y regenerarse. Basta darse una vuelta por nuestras calles, caminos y vías de comunicación para comprobar el aumento de residuos abandonados a su suerte por la irresponsabilidad de muchas personas. Y, si añadimos las crecientes emisiones de CO2, ¿qué esperanza de vida tiene la capa de ozono que envuelve a nuestra tierra?
Sería suicida hacer oídos sordos al clamor de la “hermana madre tierra” por el daño que le provocamos a causa de ese uso y abuso irresponsable de los bienes. De no actuar con decisión, la herencia que dejaremos a las generaciones futuras será un planeta gravemente herido.