Tribuna
Sol Otto Oliván Al levantar la vista
Tribuna

El club de las octogenarias

Sol Otto Oliván Al levantar la vista
08 febrero 2022

Remedios, Reme para los amigos, sale de casa algo temprano, eso le dice su hija, que se abrigue, que hace mucho frío y que no olvide la mascarilla. Ni que fuera una niña, responde. Llama a su amiga Esperanza con tres timbrazos al pasar por su casa, como cada miércoles. Tarda algo en bajar, está ya torpona. Esperanza ha vuelto a casa, estaba en la residencia, pero ha decidido que prefiere confinarse cuando le dé la gana. Se saludan con un beso, como siempre. Con mascarilla y todo, no dejan sus buenas costumbres. Están en guerra contra los bancos y contra la administración pública, en general. Esto les ha dado un nuevo motivo para levantarse cada mañana con brío. Recogen en su casa a Dolores, otra octogenaria algo más dócil, pero muy amiga, así que se adapta a las travesuras que se les ocurren y firma lo que haya que firmar. Ayer, sin ir más lejos, firmaron el manifiesto del jubilado que pide a los banqueros un trato más humano para los clientes. Les queda pendiente ir a buscar firmas de conocidos para esa buena y nueva causa.

Pero antes tiene Esperanza que ir al banco. No quiere ni oír hablar de utilizar el cajero desde que hace un par de años le pegaron un empujón de campeonato cuando intentaba sacar veinte euros para la compra de aquella mañana. Se hizo una buena brecha en la frente porque se cayó de bruces. Así que va a su banco de siempre y saca dinero de la caja, como siempre. Lo de la banca electrónica ni se lo plantea, quiere que la atiendan. Llegan con tres minutos de retraso, al parecer, de la hora limitada que han impuesto para ese menester y el chico que la atiende, le dice que ya no son horas y como ella insiste en que según su reloj sí, le contesta, con algo de coña, “vuelva usted pasado mañana”. Las amigas, que no la han dejado sola, pero se mantenían a distancia, se acercan y se enteran de que el jovenastro, sin educación ni principios, así lo califica Esperanza, no le da el dinero y ya las tres montan en cólera. Esperanza exige que suelte la pasta, que es suya y se forma un follón considerable porque el chiquilicuatre, así lo llama también, intenta explicar que las normas son las normas y Esperanza insiste, a voz en grito, que quiere su dinero ya. Los clientes asisten con expectación al desenlace, parecen los espectadores de la película Mary Poppins en la escena en que el niño va con su padre al banco y el director le coge la moneda que llevaba en la mano para invertirla, pero el niño grita que es su dinero y que lo quiere para la comida de las palomas y, a consecuencia de aquella exigencia, todos los clientes se agolpan en la caja para pedirlo y el banco se va a pique. No llega a tanto. Remedios, en plan poli bueno, se acerca al muchacho, muy correcta, para eso estudió y fue maestra, y le indica que lo ha grabado todo, todo, y que va a subirlo a las redes sociales si no reconsidera su actuación y le da a su amiga su dinero, que es suyo, no del banco, eso añade. Así que el “tontolaba”, como lo está llamando por lo bajo la buena de Dolores, que parece una mosquita muerta, pero tiene lengua afilada, deja de lado las normas y acaba dándole a Esperanza los cien euros que había ido a retirar de su cuenta. Los clientes se ponen a aplaudir y Remedios aprovecha: saca el manifiesto, le pide un bolígrafo al “tontolaba” y se pone a pedirles que firmen y todos firman.

Esto les está dando vida, eso dicen al salir y que cuando se tercie protestarán ante las oficinas de la administración y ante todo el que se les ponga por delante y no las trate como a ciudadanas con derechos. Desde que el nieto de Remedios les abrió su propia página en “interné, como dicen ellas, no paran. Se llama “El Club de las Octogenarias” y allí defienden sus causas y no dejan títere con cabeza. Llegan a su bar, como cada mañana. Y mientras toman un chocolate con churros, al repasar la prensa, leen que ha muerto un fotógrafo importante, René Robert, en el Marais parisino. De su quinta, 84 años. Se cayó en la calle y murió de frío porque nadie lo atendió. Allí mismo, en una servilleta del bar, escriben el texto que subirán a su página “No somos un deshecho, no somos menos que vuestras mascotas, no nos dejéis tirados”. Luego terminan el chocolate y Esperanza, que tiene pasta fresca, las invita.

Suscríbete aquí a nuestra nueva newsletter

Leer más
Más en Tribuna