Remedios, Reme para sus amigas, ha quedado con Esperanza y Dolores a tomar un café, como todos los miércoles. Le gusta quedar con ellas y “charrar” de los tiempos de antes, de cuando lo hacían de cualquier cosa menos de sus achaques. Fueron buenos tiempos. Se lo parece ahora porque entonces, de jóvenes, se enfurruñaban y estaban de morros días enteros por cualquier minucia. Es que son muy distintas. Pero el cariño les ha durado siempre y ahora aquellos malos rollos –como dirían sus nietos–han quedado atrás.
Reme llega a la terraza del bar y ya está sentada Esperanza, que ahora llega siempre puntual. No tiene nada que hacer, dice, así que está mejor aquí recibiendo los rayos de sol de esta primavera, que parece de las de su infancia porque llueve como antes. El cielo está de un azul tan intenso como el de Madrid –dice Esperanza– que presume de que es la que más ha viajado. Mientras se sienta Reme, llega Dolores, va rápida aún, sin bastón, porque puede y porque sigue siendo coqueta. Se ponen al día. No les han pasado grandes calamidades, siguen más o menos igual, con las molestias de siempre, así que agotan los cinco minutos que establecieron para hablar de sus males y Reme, que venía preparada, saca un folio que escribió anoche después de ver el telediario y, antes de leerlo, les explica que tiene que proponerles algo: que firmen con ella una especie de carta-manifiesto en favor del Sr. Lambán, actual senador y expresidente de Aragón al que su partido quiere sancionar –aclara Reme para situar la cuestión– por tener criterio.
Dolores, que presume de ser granate de tan roja, no está por la labor. Argumenta que el partido es el partido y él, Lambán, uno más por muy Presidente que fuera y muy Senador que sea y que tiene que decir amén, que para eso está en un partido centenario –como el coñac, dice por lo bajo Reme– y que la disciplina de voto no es algo que se hayan inventado ahora. Es muy leída Dolores y bastante combativa, eso dice Esperanza que, al contrario, es algo azulona, más aún, en los últimos tiempos se la ve un poco azul marino, casi negro. Ella sí está de acuerdo en firmar en favor de Lambán al que tiene un cariño especial y cuando Dolores se ríe porque no entiende cómo puede tener cariño a alguien a quien no conoce, le contesta Esperanza que mejor es querer a éste que al Sr. Presidente de ¡Spaña! Y lo dice así, como tragándose la E y elevando el tono. Remedios –haciendo gala de su nombre– tiene que poner paz y tomar las riendas del asunto que se le está yendo de las manos. Reme da una de cal y otra de arena, argumenta que es cierto que podía haber hecho más, que podía haber votado en contra de la amnistía, que en este caso es votar con el PP. Y aquí le da un poco la razón a Dolores porque este paso debe de ser duro, pero por eso su postura, aunque tibia, es de agradecer y menos da una piedra. Sus amigas la dejan hablar, casi se extraña porque esto de la vejez hace que hablen sin parar y no se escuchen las unas a las otras. Argumenta también Reme que eso del mandato representativo quiere decir que los diputados y senadores no están sujetos a partido alguno, así lo dice la Constitución y, además, Lambán está siendo consecuente con lo que prometió su partido en campaña, que ya parece haberse olvidado.
Las amigas parece que están asintiendo, falta rematar –piensa Reme– así que les recuerda aquella escena de la película Plácido, que les gusta mucho a las tres: la del cuñado que repartía cestas de navidad y se llevó una a casa porque el destinatario no quiso aceptarla: ¡un digno!, explicaba (el magnífico Manuel Alexandre) con un tono de voz de absoluta extrañeza que quería decir que esa especie no es muy común aquí, en ¡Spaña! Sonríen todas. Aún da más argumentos, Reme: habla de coherencia, de sensatez, de respeto a los electores y hasta de valentía y de que a ellas les gustaba el Llanero Solitario. Así que las amigas le piden que lea lo escrito y firman sin rechistar. Se encargará de recoger más firmas y lo mandará al Cruzado y luego su nieta lo subirá a alguna plataforma para que se adhieran algunos más.
Los de la mesa de al lado las han oído –gritan más de la cuenta, no tienen ya fino el oído– y les piden firmar también. Las amigas se animan y en lugar de pedirse un cortado descafeinado sin lactosa ni azúcar, se piden unas cañitas y una ración de calamares y brindan como cuando tomaban “poncho” en las fiestas del barrio de hace casi un siglo.