Comenzó el curso escolar, aún se está iniciando, con sabor a noticia vieja. Las polémicas, novedades, las críticas y las promesas tienen el sonsonete machacón de los asuntos que, año tras año, no acaban de resolverse.
La inestabilidad del modelo educativo, las trampas para minorar la estadística de abandono escolar, la desigualdad entre comunidades o la temporalidad de los docentes, que en Aragón ronda el 40 por ciento, son algunos lastres de una Educación que debería ser asunto de Estado y trascender por fin de veleidades ideológicas.
Este septiembre, los de los cursos impares están estrenado la LOMLOE y los de los pares apuran la LOMCE, mientras los profesores denuncian que la burocracia –el papeleo– se va adueñando de su jornada laboral, restándoles tiempo para otras cuestiones, como la formación o incluso la atención al alumnado.
Pero ya ha comenzado el curso, el de la cuesta de septiembre, y a las familias la mochila les está pesando más que nunca. La Confederación Católica Nacional de Padres de Familia y Padres de Alumnos (CONCAPA) estima que los libros, el material y los uniformes han subido entre un 25 y un 30 por ciento respecto a 2021.
En números redondos, la horquilla de gasto puede variar entre 200 y 800 euros por niño, en función del curso y del lugar de residencia. En las casas se encuentran con que los libros del mayor no le sirven al pequeño y en Cáritas Diocesana de Barbastro-Monzón han registrado 190 menores apuntados para las clases de refuerzo escolar.
Este curso está en marcha y a todos nos conviene comprometernos en que sea un éxito, porque en ello nos estamos jugando la sociedad que seremos. Por muchas discrepancias y dificultades, no olvidemos que los protagonistas son quienes llenan cada mañana las aulas y cada tarde estudian en su casa.
Que todos puedan acceder en igualdad de condiciones a una educación de calidad es hoy, mal que nos pese, una quimera. Pero no por ello debemos dejar de perseguirla ni de contribuir a su consecución.