Este domingo, España vivirá otro de esos momentos “históricos” del deporte. La selección española de fútbol jugará la final de la Eurocopa 2024. Su quinta final, a la que no llegaba desde 2012 cuando conocimos una generación de futbolistas que marcó una época: dos Eurocopas, la mencionada del 2012 y la anterior de 2008 y, entre medias, el Mundial de Sudáfrica.

Han pasado 12 años y ahora España vuelve a contar con un equipo joven, reflejo de la sociedad de hoy en día, en el que hijos de migrantes lucen los colores del país en el que se han criado. Y de nuevo, las banderas nacionales lucen por cada rincón sin importar ideologías.

El fútbol, de nuevo el fútbol, consigue aunar lo que nadie ni nada. Este domingo, una amplísima mayoría de españoles permanecerán atentos a cómo la selección trata de sumar un nuevo y esperado título. La plaza de San Francisco, en torno a la pantalla que instalará el Ayuntamiento de Barbastro, se convertirá en un punto de encuentro en el que todos buscarán lo mismo: compartir la alegría (o la pena –crucemos los dedos para que no sea así–) de un título.

Se ha vivido ya en otras ocasiones. En el deporte confluyen los anhelos colectivos de éxito. Seguimos sus progresos, sufrimos con sus derrotas y lesiones y esperamos que lleguen momentos de catarsis como el de este próximo domingo.

Lo saludable pasaría por encontrar otros elementos en nuestra vida que consigan que sean más numerosos estos momentos en los que nos olvidamos de nuestros problemas y somos capaces de ver al vecino como otro ser humano con el que compartimos mucho más que la pasión por el fútbol.