El final del verano, aquí, llega cuando acaban las fiestas de septiembre. Siempre ha sido así. Anochece antes y se siente una extraña nostalgia. Nostálgica era la letra de la canción aquella del Dúo Dinámico que empezaba así: “El finaaal del verano llegó y tú partiraás…” La cantaban cuando aún era yo niña y la siguieron cantando muchos años después cuando volvieron de nuevo a llenarnos el corazón con aquellas melodías suaves, de letras hermosas. Cuando la pandemia, volvieron otra vez, o volvimos a ellos de la mano de aquella otra canción, su famoso Resistiré, que se convirtió en un símbolo extraño, que movía el ánimo de todos y sonaba en los balcones y ventanas de toda España en aquel tiempo que ahora nos parece remoto.
En aquellas fiestas de antes, refrescaba siempre y, casi siempre, llovía. Así que estas me han llevado a aquel tiempo porque ha habido lluvia y fresco, como cuando estrenábamos un trajecito, sólo uno, pero siempre con chaquetita a juego. Nadie en su sano juicio, en aquel entonces, que ahora parece la prehistoria, hubiera osado ensuciar, como se hace ahora, a posta, aquel traje o vestido que estábamos esperando todo el verano y con el que soñábamos todo el año. Entonces, en aquel tiempo lento, había que elegir el modelo, luego comprar la tela, ir después a la modista, que siempre estaba hasta los topes de faena en aquellos días, volver después a las pruebas, dos, casi siempre. Y cuando llegaba el día de estrenar, todo bien planchadito, impecable. Igual que ahora…
No es buena la nostalgia porque vuelven, de su mano, siempre, los recuerdos hermosos y quedan atrás los que lo fueron menos. Es trapacera. No es buena, pero no está de más dejarse mecer un ratito por ella cuando cae la tarde en este tiempo indefinido, antes de que las hojas dejen desnudos los árboles y el sol se esconda días enteros entre la niebla o las nubes. No es buena la nostalgia, pero, cuando llega, no hay que dejarla pasar, hay que mimarla para que nos lleve a su mundo mágico y bello y hay que seguir con ella hasta que llegue la noche, para que se instale luego en nuestros sueños, que no serán ya pesadillas sino historias maravillosas. Cada tarde de estas del final del verano hay que abrirle la puerta a la nostalgia de par en par, que entre a sus anchas en nuestras vidas.
Es mucho mejor eso que abrir los periódicos o enchufar el televisor. Mucho mejor que volver a ver a nuestros próceres, que han vuelto de sus vacaciones con el rostro ennegrecido después de días sin saber de ellos, bueno sabiendo poco, porque nunca desaparecen del todo. Nuestros próceres vuelven, pero no les ha mejorado el sol que llevan en su rostro, ni el descanso les ha hecho reflexionar: están como siempre, largando insensateces con voz de oráculo. Nuestros próceres ya no están de fiesta, ¡a temblar! Estos no se van al final del verano, como la chica de la canción. Estos se quedan y seguirán contándonos los mismos cuentos, algunos de los cuales son los contrarios de los que nos contaron antes, pero que muchos, demasiados, se los creen todavía. Y seguirán nuestros gobernantes diciéndonos que todo está bien, incluso que lo que hacen es por nuestro bien. Por nuestro bien hacían las cosas nuestros padres, que nos enseñaron a valorar lo poco que teníamos, a buscar nuestro camino con esfuerzo, nunca los atajos. Estos que dicen gobernarnos no son como nuestros padres, no son de fiar y seguirán sin ser de fiar. Así que el final del verano no traerá nada nuevo, ni nada bueno, sólo la falta de sol y pesadillas. Y tendremos que aguantar, pero aguantar no es lo mismo que tragar.