Ocurrió en Madrid, en la sede de la Comunidad autónoma. Fueron unos minutos, tal vez, segundos, pero las imágenes ciertamente nos conmovieron. La presidenta de la comunidad había tenido un aborto espontáneo días antes. La noticia saltó a los medios. Todos imaginaron el difícil momento que estaría viviendo.
Tras un breve tiempo de recuperación, la presidenta volvió a la cámara a retomar sus trabajos. Y fue allí, precisamente allí, cuando ocurrió el conmovedor gesto. Parlamentarios de distintos grupos políticos se levantaron y fueron a abrazarla. Incluso algunas personas con las que habían mantenido encendido debates y encontronazos, abandonaron sus sedes para ir a ofrecer el consuelo y el cariño a través de un abrazo y unas palabras.
Cierto es que la cercanía y el afecto con una compañera de trabajo que ha perdido la vida que latía en su seno debe ser lo más normal. El sufrimiento de una mujer que vive ese trance es, ciertamente, notable. Pero es tan difícil ver a nuestros políticos teniendo detalles humanos.
Da la sensación de que la mala educación, la falta de respeto, el insulto –cuando no la amenaza– se han convertido en el lenguaje habitual entre rivales políticos. Olvidan, con frecuencia, que están en sus puestos porque han sido votados y que en sus sedes nos representan a todos, a los que les han votado y a los que no.
Por eso, cuando atisbas estos gestos de humanidad en ellos, puedes volver a recordar que son de los nuestros; que tienen sus ideas pero que son capaces de consolar y estar cercano del que piensa distinto, pero necesita el apoyo.
Nos gusta verlos así. Queremos verlos así. Ojalá esas imágenes de Madrid no sean un espejismo, ojalá no sean algo pasajero. Ojalá que nuestros representantes públicos, por encima de sus siglas, tengan gestos humanos. Eso les engrandece, mucho más que los discursos insultantes y virulentos que, las más de las veces, resultan ser vacíos y no contribuyen a la concordia.
Ese día en la Asamblea de Madrid todos nos sentimos representados por aquellos políticos.