Resulta innegable que la gran mayoría de los ciudadanos albergan un gran corazón que no les cabe en el pecho. Lo demuestran cada vez que se hace un llamamiento para ayudar en las variadas causas, con especial énfasis cuando una desgracia acaece sobre personas que, efectivamente, pueden ser cualquiera de nosotros.
A raíz de la catastrófica DANA en Valencia y algunos puntos de Castilla La Mancha y Andalucía, una vez más, la movilización se ha desbordado. Donaciones y viajes altruistas, como los que han partido desde nuestro territorio y que han tenido lugar entre mensajes bajo el lema #elpueblosalvaalpueblo.
Un lema viralizado por las redes sociales que quiere significar estos movimientos espontáneos de ciudadanos que se activa para ayudar al prójimo. La clase política y sus adláteres no han perdido la oportunidad de subirse al carro para hacer suya la frase, ligando “el pueblo” a todos los ciudadanos que contribuimos con nuestros impuestos al Estado. Una realidad que, sin embargo, ha supuesto una vuelta de tuerca al lema original que ha surgido estos días.
Porque bien es cierto que el Estado se nutre de nuestros impuestos para ofrecer servicios al ciudadano. Y también debe contar con ellos para socorrerle cuando se necesita; en este caso, en una emergencia causada por una catástrofe natural.
Pero la realidad ha sido otra. Ha sido el pueblo, los ciudadanos, los que primero han llegado a socorrer a sus vecinos. No el Estado en toda su infraestructura que, por razones que aún están por dilucidar, deberán asumir sus responsabilidades en una gestión que, obviamente, deja mucho que desear. Y el Estado también deberá trabajar para convertir en cierto eso de que todos, con nuestros impuestos, conformamos ese pueblo que salva al pueblo.