Han bastado dos semanas para cambiar el mundo. El viejo orden geopolítico creado en 1945 ha saltado por los aires gracias a la patada que Trump ha propinado al tablero donde se juegan las grandes partidas de la Historia. ¿Pero es así de grave, o más bien nos estamos dejando llevar por el ruido que genera este negociante inmobiliario que hace de la estridencia y la antidiplomacia su bandera?
Depende de cómo se mire. Desde luego, hay motivo de gran preocupación, pues las medidas con las que ha amenazado a los que hasta ahora fueron aliados de EEUU son para llorar con ganas. De entrada, se ha enemistado con sus vecinos México y Canadá; ha anunciado subidas arancelarias del 25 por ciento a Europa; cancelado miles de millones de dólares a organizaciones de paz; decretado el inglés como única lengua oficial; despedido a cientos de funcionarios. Ha amenazado con quedarse con Groenlandia y el Canal de Panamá. También ha lanzado su idea de convertir la franja costera de Gaza en un paraíso con decenas de casinos, clubes de golf y hoteles de lujo.
Todo eso es, sobre todo, un gran espectáculo para deslumbrar al personal que le vota y, de paso, atemorizar a todo aquel que se le oponga. Y si después sucede quizás que aquellas medidas se quedan en agua de borrajas, es igual: el efecto Trump ya habrá funcionado. Pero en Europa se han tomado muy en serio sus declaraciones en el sentido de que “la Unión Europa se inventó para fastidiar a EEUU”. No le gustamos los europeos unidos. Esta frase ha hecho reaccionar a los líderes de aquí. “Hay que rearmarse” , “tenemos que ser autosuficientes” , “soberanía defensiva” son algunas de las frases que han resonado con mayor fuerza.
Incluso el Reino Unido, el eterno aliado de EEUU y renuente socio a reconocerse como parte de Europa, ha sido el primero en lanzar un claro aviso de alarma después de la bronca que le montaron a Zelensky en la Casa Blanca. Tras esa performance en el Despacho Oval, vino la declaración solemne del presidente francés Macron, con La Marsellesa de fondo y en un tono que sonaba a declaración de guerra. Todas estas señales de alarma han puesto a la ciudadanía europea en un estado de preocupación máxima de conflicto armado con Rusia, mientras EEUU podría quedarse mirando.
Pero hoy el riesgo más inminente NO es que Rusia ataque a otro país de la antigua órbita soviética, sino que se desencadene una enorme recesión mundial a consecuencia de las descontroladas políticas del hiperbólico Donald Trump. Hoy por hoy, el punto más caliente para un conflicto militar, si acaso, es una confrontación chino norteamericana a causa de Taiwán, por cuanto China no renunciará a su soberanía, mientras que los EEUU tienen allí intereses tecnológicos altamente estratégicos.
Pero visto con perspectiva geopolítica, China es todavía un factor de contrapeso y equilibrio en oposición a cualquier guerra internacional; no le conviene en absoluto un lío de ese calibre, ya que necesita que le sigamos comprando todos; un mercado planetario próspero para seguir manteniendo llena su despensa y la paz interna. Por supuesto la guerra de Ucrania debería terminar pronto y hacerlo sin premios ni incentivos para Rusia. Pero tampoco humillando a un Putin que tendrá que responder ante las madres rusas por sus hijos muertos cuando se sepa que han sido centenares de miles, y a cambio de muy poco. Quizás la paz comience con un alto el fuego controlado a cargo de una coalición de países.
En cualquier caso, en el inmediato futuro, Europa parece condenada a abandonar su sueño pacifista de 80 años –confiando en que la defenderían otros– y encarar la dura realidad. El futuro de Europa pasa por “más cañones y menos mantequilla”, la muy famosa frase de los economistas históricos que define bien la ecuación entre gasto social y gasto militar. España es el país europeo más favorable a la UE, con diferencia, pero también el que tiene más ciudadanos a favor de la “mantequilla”. Así que el gobierno español –alineado con los nuevos aires europeos– tendrá que ver cómo lo hace para que el mayor gasto en defensa no se convierta en más recortes.
Aun así, lo que los líderes de opinión europeos nos dicen es que siempre será preferible soportar una mayor factura militar que la perspectiva de no poder disuadir a Rusia de emprender una nueva guerra para volver a ser un imperio. Es lo que hay, pero tal vez ello contribuya a crear en los europeos un sentido de pertenencia a Europa y de identidad comunitaria que ahora no existe. Justo lo contrario de lo que Trump desea en el fondo, que es precisamente eso, dividir Europa, volver al pasado, ser el único rival de China. Así EEUU sería great again y Donald Trump, el rey del mambo.