«Miro mi móvil: ayer cuatro horas y 24 minutos de uso. No recuerdo haber hecho nada realmente importante con ese tiempo. Solo deslicé el dedo, miré vídeos, leí publicaciones, salté de una cosa a otra sin darme cuenta. Antes, cuando no existían los móviles ni internet, esas horas se llenaban de vida. Se hablaba sin interrupciones, se leían libros con calma, se escribían cartas. Había tardes de paseo, de juegos, de aprendizaje. Las horas no se evaporaban; se usaban. Si no le regalara mis horas a las pantallas quizás escribiría más, tocaría un instrumento, tendría conversaciones sin mirar de reojo el móvil. Tal vez me permitiría aburrirme y, en ese vacío, encontraría nuevas ideas. El tiempo que se va no vuelve. Y cada día, sin darnos cuenta, dejamos que nos lo roben”.
Hasta aquí la carta El scroll infinito que firma una lectora en una carta a la directora de El País. Así es, el scroll, el deslizar verticalmente, se adueña de nuestros días, con la disculpa del gran número de utilidades que nos atan al móvil.
Mientras considero las razones para disfrutar del directo, del cara a cara de tantas personas y situaciones, leo en Diario del Altoaragón, que el 64 % de las familias no aprueba que se usen móviles en el centro escolar, en una encuesta promovida por el Consejo Escolar de Aragón.
Por su parte, sólo un 36,2 % del profesorado está dispuesto a permitir que el alumnado use el móvil en clase bajo condiciones específicas, y apenas un 9,3 % lo permite sin restricciones. Se sugiere que el uso del móvil en el aula se sustituya por otras herramientas en Infantil y Primaria, mientras que en los demás niveles cabría un uso limitado y moderado por el profesor, dependiendo de la actividad.
Desde muchos puntos de vista crece la necesidad de conocer los efectos adictivos de las tecnologías y caen o se matizan mitos que parecían indiscutidos, como el uso de las pantallas en las aulas. Cada uno lo podemos ver en nuestro día a día, cuando junto a ventajas evidentes se cuela un excesivo e innecesario consumo.
Hace unos días tuve ocasión de escuchar al catedrático de Salud Pública Miguel Angel Martínez-González, autor de Doce soluciones para superar los retos de las pantallas, libro que recomiendo.
Me llamó la atención el aumento de problemas de salud mental entre los jóvenes, patente en las consultas de pediatras y psicólogos. Este experto sostiene que el uso indebido de pantallas y móviles está detrás de casos de ansiedad, depresión y autolesiones, falta de sueño y consumo inmediato y fácil de porno.
Por eso, este autor propone soluciones especialmente dirigidas a los padres, con un planteamiento de colaboración con profesores y otros padres, desde una autoridad que no desaparece con el diálogo. Piensa que las pantallas son “armas de distracción masiva” y pone en los 18 años la edad para facilitar un móvil. Propone también tomar apuntes a mano, ejercitar la memoria, leer en papel, además de otras decisiones que ha tomado, del estilo de hacer solo exámenes orales, para evitar un uso tramposo de la IA.
Sean o no prácticas estas sugerencias –creo que no son fáciles–, sí que pienso con la lectora de esa carta que toca evaluar cómo invertimos el tiempo, cómo vivimos y si estamos plenamente presentes en lo que hacemos.