Estamos en Cuaresma, tiempo de recogimiento, conversión y fortalecimiento de nuestra relación con Dios. Nos invita a reflexionar sobre nuestra vida, a examinar nuestras acciones y a tomar pasos concretos para acercarnos al Señor con humildad y confianza. Es este un tiempo para sanar nuestras heridas y para prepararnos con alegría para la celebración de la Pascua. No dejemos que este tiempo pase desapercibido; vivámoslo con intensidad y con fe.
La Cuaresma es un tiempo privilegiado para reorientar nuestras vidas hacia Dios. Los tres pilares tradicionales, el ayuno, la oración y la limosna, nos han de ayudar. El ayuno nos enseña a dominar nuestros deseos y a liberar nuestro corazón para Dios y para los demás. Se trata, sobre todo, de ayunar de actitudes como el egoísmo, el orgullo y la indiferencia.
En la oración, encontramos la fuerza y la gracia necesarias para caminar este camino espiritual. Este tiempo es ideal para redescubrir la riqueza de la oración personal y comunitaria, para dejarnos iluminar por la Palabra de Dios y para participar activamente en la celebración de los sacramentos, especialmente la Eucaristía y la Reconciliación. La oración nos conecta con el amor incondicional del Padre, quien siempre nos espera con los brazos abiertos.
Por su parte, la limosna nos recuerda que el amor a Dios está inseparablemente unido al amor al prójimo. Abramos nuestras manos y corazones para ayudar a quienes sufren, para compartir con los más necesitados y para comprometernos con la justicia social.
A través del Viacrucis, las charlas cuaresmales, la confesión y la adoración eucarística, podemos fortalecer nuestra comunidad de fe y caminar juntos hacia la Pascua. Asimismo, os invito a dedicar tiempo a la lectura espiritual y a la meditación, para profundizar en el misterio de nuestra salvación.
Que la Virgen María, modelo de fe y obediencia, nos guíe en este camino cuaresmal. Al final de este recorrido nos espera la luz de la Pascua, la victoria del Señor sobre el pecado y la muerte.