A principios de 2020, cuando ya se empezaba a hablar del coronavirus por haberse suspendido la feria de móviles a celebrar en Barcelona, y por algunas noticias que se iban escuchando, pero todavía sin confinarnos, en un grupo de amigas dije que alguien se enriquecería con las mascarillas. Una amiga farmacéutica me respondió que tendrían que vender muchas, dado su bajo precio. Todos sabemos lo que ocurrió después. Por supuesto que no todos se enriquecieron, pero algunos sí, y mucho. Y no todos eran farmacéuticos. Posiblemente ninguno.

Esto me vino a la mente cuando hace unos días, y atendiendo a las demandas del presidente de Ucrania, una fábrica de armas se ofreció a aumentar la producción. No importa que esas armas sean la causa de tanto dolor por las vidas trucadas de tantos jóvenes de uno y otro bando, destrozando familias y ciudades sin ningún miramiento. Sea el que sea que se alce con la victoria final ¿Qué encontrará en la tierra conquistada? Solo desconsuelo por tanto bien perdido.

Mientras tanto, las fábricas de armamento habrán hecho su agosto acumulando beneficios. Y los gobiernos mirando para otro lado. O quizá deshaciéndose de armatostes arrinconados por inservibles. ¿Son lícitos esos beneficios? Sí, porque no están prohibidos por ley. Pero éticamente, ¿no remuerde la conciencia de esos empresarios y sus accionistas? El dios dinero se ha hecho con el dominio de las mentes y los corazones.

Esperemos que la comunidad internacional se involucre buscando el modo de parar esta masacre y sinrazón del modo más pacífico posible, para que termine este derramamiento de sangre y lágrimas que tanto duele a los protagonistas y a los que vemos las noticias todos los días.