En el ámbito de la política –pero no sólo en él–, el relato ha adquirido categoría de arma eficaz para influir en la opinión de la gente. La cosa viene de lejos. Se atribuye a Joseph Göebbels, jefe de propaganda de Adolf Hitler, la convicción de que una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad, lo cual le debió funcionar porque, en el siglo pasado, consiguió que se desarrollara aquella mentalidad anti-semita en el pueblo alemán, que tanto tuvo que ver con el “holocausto”, además de llevarlo a creer que la victoria aún era posible cuando ya estaba el Reich en llamas y la Wehrmacht retrocedía en todos los frentes.
A juzgar por el cuidado que algunos políticos ponen ahora en difundir relatos a la medida de sus propósitos, haciendo caso omiso de la realidad de los hechos y de las lecciones de la historia, tengo la penosa sensación de que esa función maquiavélica de la propaganda resurge en nuestro tiempo. En los informativos emerge, con demasiada frecuencia, el relato frente a la exposición veraz y objetiva de lo que ocurre. Considero que es necesario advertirlo para que el relato no contamine la vida social y las conciencias. Los relatos difundidos desde el poder seducen, hacen que la palabra dada pierda su valor, dejan el camino expedito a adhesiones inquebrantables y acríticas, y, en definitiva, a alguna forma de dictadura.
Otra cara de contaminación informativa es la de otorgar el título de influencer en dependencia del número de visitas alcanzadas por alguien en su página de internet. Las redes sociales tienen un marcado carácter endogámico, ya que con frecuencia se comprueba que son muchos los que escuchan o atienden únicamente los mensajes de quienes están en su mismo grupo de whatsapp, con lo que el número de visitas no certifica necesariamente la veracidad y el valor de la referida página, sino el número de amigos que tiene su titular. Sin tener en cuenta la cursilería que supone el utilizar un término inglés para decir lo que puede decirse perfectamente en la rica lengua de Cervantes, que es la nuestra y con la que nos manejamos en el intercambio diario.
Valgan ambos apuntes críticos para que, entre el relato y los influencers, no se nos tome por tontos, pues me malicio que es lo que algunos poderosos desean que sea la gente.