Es posible que en unos años desaparezcan los periódicos en papel y que las máquinas nos lo den todo hecho. Es posible que la conversación como forma de relación sea un recuerdo y que andemos todos agarrados a nuestros móviles y dejemos que nos lo cuenten todo seres anónimos y hasta hablemos con ellos a solas, solos. Es posible que la inteligencia artificial orille el bello arte de buscar con mimo las palabras para expresar nuestros íntimos sentimientos. Es posible que las bibliotecas sean refugio de románticos y meros depósitos de libros polvorientos…
No sé, de eso hablaba en Zaragoza con un amigo escritor y parecíamos dos viejos agoreros llamando a gritos a la desgracia, convocando a demonios y otras especies destructoras. Pero también nos serenaba la idea de que la belleza no es fácil de apresar y de que el corazón va por libre y quiere galopar a sus anchas y no parece sencillo domesticarlo. “Podrá no haber poetas, pero siempre habrá poesía”, dijo Bécquer, y sigue habiendo poesía siglos después y, de momento, escrita por poetas de carne y hueso.
No reniego de las herramientas que pueden facilitarnos el trabajo. Ese rutinario, reiterativo, aburrido de buscar cifras, citas, resoluciones, datos…no soy tan ingenua ni quiero vivir en el pasado o, peor, no avanzar por temores poco racionales o atavismos anticuados. No. Pero, aunque estoy ahora frente al ordenador, sigo escribiendo con pluma de las de antes muchas veces, muchas cosas. Escribo despacio, con mi pluma recargable, eso sí: el tintero pasó a la historia. Escribo con pluma como cuando empecé mis primeros versos, sigo creyendo que de ahí sale lo mejor que llevo dentro: la tinta como sangre que sale del corazón y llega al papel para quedarse en él hasta que otro corazón, sensible, próximo, la rescate y la haga suya.
No es manso el corazón, se revela en primavera de nuevo, quiere salir del letargo invernal, por eso me toma la mano, me obliga a dejar atrás esos sentimientos de tragedia griega, ese regodeo en el apocalipsis, que será o no será. Me lleva a su terreno porque han florecido los almendros como siempre, y los melocotoneros de un rosa intenso junto a los membrillos del rosa más suave. Quiere aprehender esa belleza, hacerla suya otra vez, otro año, con la sorpresa de la primera vez, con la devoción de siempre ante el mismo milagro, que sigue golpeándolo y llenándolo de dicha.
Vuelvo a casa y desde la ventanilla del coche veo pasar matas y matas de aliagas, la flor más hermosa de esta tierra nuestra, y el corazón se desboca, pide a gritos quedarse para siempre con esta visión hermosa, más hermosa que otras primaveras porque ha llovido y llueve tanto como cuando éramos niños y llenábamos de paraguas los enormes cubos del colegio. Las aliagas lo resisten todo, se defienden de los intrusos, no es fácil dominarlas, son libres, nacen donde quieren y lo soportan todo y cada año vuelven a colorear del amarillo más intenso nuestras cunetas y algún campo yermo. Vuelven cuando aún no se atreven otras flores, no se atemorizan ante la amenaza de que alguna helada, a traición, las tumbe. Tendremos que aprender de ellas y no dejarnos llevar adonde no queramos ir. Tendremos que aprender de ellas y seguir siendo dueños de nuestras palabras, de nuestros pensamientos y sentimientos. Y libres para expresarlos contra viento y marea, como hicieron tantos antes que nosotros sin la ayuda de artefacto alguno. El corazón en la mano para guiar la pluma.
En este tiempo, ya lo sabe de siempre, estimado lector, no hay forma de que me centre en tema alguno que no sea el milagro de la Primavera, aunque sea fría y lluviosa, como esta. Un paréntesis amable ante tanta noticia descarnada. Pero volveré al tajo, como vuelven las aliagas, como vuelven las golondrinas, siempre.