Siempre había creído que la frase: “Estos son mis principios, si no le gustan, tengo otros” era una de las múltiples salidas estrambóticas, pero acertadamente críticas, de Groucho Marx. El buscador de Google me ha puesto en crisis. Le he preguntado en qué película el actor había pronunciado la conocida sentencia y me ha respondido, más o menos, que ésa y otras desternillantes afirmaciones del actor que han hecho fortuna pudieran proceder del doblaje y no de la cinta original.
No sé qué decir ni me importa demasiado, pues, a estas alturas, sospecho que esa expresión quedará para siempre vinculada en mi memoria a Groucho Marx, a su grueso bigote, a sus ojos saltones tras las gafas y al cigarro puro que nunca terminaba de consumirse.
Hace algunos días que venía rumiando la posibilidad de aplicar la carga crítica de la famosa frase al relativismo imperante en algunos próceres que, en el Senado Romano –aquel cuyas iniciales S.P.Q.R. (Senatus Populusque romanus) figuran hasta en las tapas de las alcantarillas de la Ciudad Eterna–, serían calificados de patres conscripti. El sueño que hace un par de semanas describía mi colega Sol Otto en las páginas de este periódico ha inclinado la balanza –no la de la justicia, que debe ser ecuánime e igual para todos, sino la de mi decisión– a utilizarla de remoquete hacia quienes dicen defender la unidad de nuestro país y la igualdad de la ley para todos, pero a la hora de votar no se cortan ante esos otros principios que gustan más a sediciosos y revoltosos de diverso pelaje.
El martes pasado todos nos apuntamos a suprimir la jornada laboral de nuestro calendario particular y colectivo, ya que un día de fiesta nunca viene mal, sobre todo si con él puede construirse un puente que emula a unas vacaciones de entretiempo.
El motivo de este día feriado no fue otro, y no es inútil recordarlo, que celebrar la Constitución de 1978, que devolvió a todos los españoles la democracia y su homologación con los países de nuestro entorno. Desde las Cortes de Cádiz, que en 1812 alumbraron la primera constitución en el marco de la Guerra de la Independencia frente a las pretensiones napoleónicas, nuestro país ha tenido siete constituciones, algunas con tan sólo siete u ocho años de efímera vigencia, a cuenta de pronunciamientos militares y revueltas revolucionarias.
La actual lleva cuarenta y cuatro años a sus espaldas y ha propiciado a nuestro país su época más espléndida en los tiempos modernos. Por ello, es justo reconocer su vigencia y advertir que “éstos” y no otros “son nuestros principios”. Si no gustan a unos cuantos, no es de recibo contribuir a que se aprueben leyes que los socavan y, al mismo tiempo, declarar que mis principios son los de la Constitución. ¿También nos dirán que, si a algunos no les gustan, tienen otros y se quedarán tan anchos como Groucho Marx?