No estuvo fino el presidente aragonés hace hoy una semana cuando afirmó en las Cortes de Aragón que “lo peor que se le puede hacer a un manifestante es resolver previamente el problema”. Se refería a la movilización convocada el próximo día 2, a las puertas del Hospital de Barbastro.
Dejando aparte la falta de empatía y nula sensibilidad de estas palabras, a nadie se le puede escapar que lo mejor que podría ocurrirles a la Plataforma de Pacientes y Afectados por el Servicio de Oncología es que se estabilizaran las plantillas, no cambiaran de médicos cada dos por tres, no sufrieran reprogramaciones ni retrasos en las citas, las agujas no se doblaran al pincharles o pudieran acceder al baño, mientras reciben quimioterapia, con una cierta comodidad e intimidad.
Quizá al señor Lambán le parezca que eso, recibir la mejor atención sanitaria posible aunque uno viva en Huesca, sea lo peor que le puede pasar a un manifestante.
Pero también es probable que las más de 500 personas que firmaron en apenas dos horas el primer manifiesto de esta plataforma no estén de acuerdo con el concepto de lo bueno y lo malo de su presidente.
Y tampoco con su definición de “momento puntual de problema”, como calificó lo ocurrido en el servicio de Oncología y que, de no ser por la renuncia de la doctora Calderero y el eco en los medios de comunicación, se habría barrido debajo de la alfombra.
Ni lo de Oncología ha sido puntual ni es el único servicio dependiente de este Hospital con deficiencias. Deficiencias, por otro lado, que no pueden ser solo atribuibles a la falta de médicos en nuestro país, una grieta en el sistema sanitario que ningún partido político tiene la valentía de abordar porque, atados al cortoplacismo, no les interesa acometer reformas cuyos resultados tardarán décadas.
Faltan médicos, sí, pero también falta gestión, clave para obtener los mejores resultados con los medios disponibles, sean pocos o muchos. Gestionar la abundancia carece de mérito.