Fidel ha estado ocupado, los viajes del rey le causan siempre un extraño trastorno, hasta pesadillas tiene: estar en su amada Patria lo anima, desde luego, pero teme que algo no salga bien, que algún traspiés los mande otra vez “a galeras” para siempre, como dice D. Juan Carlos con algo de guasa. Lo ha recogido ya todo, que no es poco, porque lo de ir de regatas requiere equipaje especial, que a veces luego no se usa, cosas de la mar. En la televisión ha salido ya información del viaje y el rey anda haciendo comentarios socarrones sobre la noticia, que no debería ser, que para eso esta es su patria. Salen también noticias sobre la fiesta del libro, pero él ya no tiene que dar ningún premio. Él no tiene que hacer nada de nada.
Es de poco leer el rey, eso piensa Fidel mientras mira de soslayo a D. Juan Carlos que se ha empeñado en que quiere ver de una vez esa especie de bufonada, que su amigo Boadella ha llevado al teatro, titulada El rey que fue. Fidel le sugería que para celebrar la fiesta del libro estaría bien que leyera uno, pero su opinión no ha sido tenida en cuenta. No es que Fidel opine porque sí, sabe cuál es su sitio, pero, si es preguntado, con el respeto y las cautelas debidas, da su opinión. Pero no ha sido tenida en cuenta porque el rey llevaba ya días decidido a ver la obra de teatro que se permite contar su vida y milagros, y Fidel daba largas al asunto, no es seguro que sea de su agrado. Así que Fidel no paraba de poner pegas. Acudir al teatro es impensable: ir de incógnito a una sala repleta de público en sus circunstancias es tarea casi imposible, más aún para asistir a una representación que habla de él, razón por la cual, según parece, la sala está abarrotada. Así que hizo caso el rey y esto se descartó hace ya algún tiempo.
Luego mandó a Fidel que recortara las críticas de teatro de diversos medios y se las pasara, sin dejarse una: quería saber antes de verla si valía la pena verla o no, ya tiene bastante con estar expatriado, eso dice muchas tardes con algo de añoranza y tristeza. Fidel, con mucho tiento, cumplió con su cometido: leyó las reseñas, críticas y comentarios sobre la obra en cuestión, las digirió, hizo purga de alguna y le entregó varias a D. Juan Carlos al tiempo que, de viva voz, le hacía un resumen suave de todas, para evitar cabreos innecesarios. En definitiva, Fidel explicó a su rey –que así es como lo llama para sus adentros– que la obra es una “sátira impecable e inteligente”, según la mayoría de los medios, que no lo trata mal, antes al contrario, lo trata con cierta simpatía, si bien mete el dedo en la llaga de algunos episodios de su reinado poco edificantes. “Coño, hablas como el jefe de mi Casa, de cuando tenía Casa” le dijo “su” rey. Y añadió que buscara una grabación de una vez, que quería verla para poder opinar y, llegado el caso, llamar a Boadella y decirle cuatro cosas. O mejor, ya que parece que sale una paella en la obra, hacer que le invite a una con marisco de aquí, de su amada patria, de buena calidad.Así que Fidel está sentado junto a D. Juan Carlos en el día del libro, sin libro, viendo en silencio la función. Acaba de soltar el rey una sonora carcajada. Fidel se relaja algo, pero no está seguro de que todo le haga reír, así que con la excusa de ir a buscar un “refrigerio”, que le ha pedido, sale del salón en la escena que sabe que no le va a hacer tanta gracia. Y así es, desde el pasillo, oye un berrido: “Menudo amigo de los cojones, que te calles, coño”. Y otro “ Fidel, llega o no llega esa copa”. Y Fidel no sabe si ir deprisa o despacio, así que opta por acudir, pero a cámara lenta y cuando llega, D. Juan Carlos está ya riéndose de nuevo, así que se acerca con la bandeja y el Rey le dice que, mejor, descorche una botella de champán, que hay que tener sentido del humor, tampoco llega la sangre al río con esta charada. Y al final brindan juntos por España, siempre por España.