La situación que está viviendo Oriente Medio desde el 7 de octubre se ha convertido en dantesca. Entre 1.200 y 1.400 judíos fueron asesinados ese día de una forma provocativa y miserable. La respuesta de Israel fue iniciar una guerra brutal contra Hamás que iba a convertir la franja de Gaza en un terreno bombardeado sin escrúpulo provocando la muerte de miles de inocentes que, aterrados, buscaban infructuosamente salvar sus vidas.
Intereses económicos y geoestratégicos parece que sobrevuelan en esa zona de la Tierra donde parece habitual el odio para sentir la propia identidad. En una tierra en la que hace 200 años fue predicado el mensaje del amor y el perdón hoy la violencia, el genocidio, y el exterminio vuelven a desangrar a los inocentes.
Estas imágenes me hacen reflexionar dos cosas muy sencillas:
- Dios está entre las víctimas, judías o palestinas. Matar al inocente es querer matar a Dios, para quien todos somos sus hijos y cuyo Hijo fue torturado y ejecutado hace 2.000 años.
- Urge la cultura de la paz en todos nuestros ambientes, en la Escuela, en el deporte, en la política, en la economía. El lenguaje agresivo, los insultos, descalificaciones y agresividad que se manifiestan en muchos sectores sociales nos convierte en colaboradores del mal.
Hace años en esa misma tierra sonó una voz que decía: “Sabéis que los jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen. No será así entre vosotros: el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo”. (Mt 20,25-27).
Ha llegado la hora de rebajar nuestro tono en el lenguaje y de servir a los demás, sobre todo a los más inocentes y excluidos. El lenguaje colérico e iracundo entre muchos, las actitudes egoístas que rechazan la inmigración, las descalificaciones entre políticos de distintos signos… todo eso nos convierte en cómplices del horror de Gaza.