La jornada en el edificio de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados en Barbastro comienza a las 5’45 de la mañana. A esa hora, las cinco hermanas de la comunidad dan inicio a una hora de oración.
Desde el exterior, podemos pensar que la residencia únicamente acoge a personas mayores, a los trabajadores que los cuidan y a un grupito de monjas que llevan la dirección.
Sin embargo, esta visión resulta por completo reduccionista y no nos deja ver su verdadero sentido puesto que este lugar es fruto de una llamada de Dios y de una vocación de entrega a Cristo a través del servicio a los mayores.
La llamada prendió hace 150 años. De hecho, la congregación de las Hermanitas echó a andar en Barbastro un 27 de enero de 1872. Los impulsores: el sacerdote, hoy venerable, Saturnino López Novoa; la religiosa Teresa de Jornet (primera superiora) y un grupo de diez mujeres jóvenes que tomaron los hábitos en la capilla del Seminario.
No obstante, poco después se trasladaron a Valencia. “A pesar de la época y de la distancia, supieron que en Valencia el grupo de la Asociación Católica buscaba una congregación para cuidar ancianos y allá se fueron. También porque en Barbastro esa obra ya se encontraba cubierta”, explica la superiora de las Hermanitas en Barbastro, Aurora Gomera Roncal.
De todos modos, la congregación no olvidó sus raíces y 50 años después regresaron a la localidad que las vio nacer y hasta hoy y en el mismo solar. “Por tanto, ahora en enero celebramos los 150 años de la congregación. Y en este mismo año, en junio, el centenario de nuestra presencia en Barbastro”. Hoy en día la congregación está presente en 19 países con 204 hogares.
Mucho ha cambiado en nuestra sociedad y en la propia dinámica del cuidado a los ancianos. No obstante, entre los vaivenes de la historia y de los tiempos permanece inalterable el objetivo de estas religiosas y de sus fundadores.
La madre superiora recuerda: “Con el debido respeto a todos los residentes, nuestra misión es cuidar el cuerpo y el alma. Con cercanía, con cariño y que estos cuidados le ayuden a preguntarse por el más allá”. La orden es profundamente cristológica, esto es, Cristo en el centro en el cuidado de los ancianos.
En Barbastro actualmente viven 81 residentes que cuentan con 41 trabajadores para su atención. Un hogar de tamaño pequeño dentro de la congregación. Y, ¿qué necesitan los mayores?, le preguntamos a la madre superiora: “Cariño, sobre todo, cariño”, responde sin dudar.
En este sector, encontrar personal cualificado y disponible para las distintas tareas también resulta un quebradero de cabeza. “Contamos con diferentes servicios como sala de rehabilitación, fisioterapeuta, enfermera… y ahora mismo nos faltaría un terapeuta ocupacional. En general resulta complicado encontrar personal con formación en gerocultura y, por ejemplo, nos llevó bastantes meses dar con una enfermera”, comenta sor Aurora.
La madre superiora nació en Cascante, la ribera navarra, y en sus 40 años como religiosa ha recalado en un montón de hogares como los de Palencia, Barcelona, Alicante, Lima o Calahorra desde donde llegó hasta aquí después de la pandemia.
Y narra que cuando le comunicaron que su próximo destino iba ser Barbastro le invadió una ilusión especial “por ser la casa cuna”. Como superiora, los estatutos vigentes limitan a seis años el periodo máximo de permanencia en una casa.
Las residencias de mayores se rigen por las normas que deciden las comunidades autónomas “que cada vez resultan más exigentes y a las cuales nos adaptamos. Se trata de un sector muy vigilado y sometido a muchos cambios”.
Los residentes
Ya hemos hablado del sentido último de esta residencia: “Seguir a Cristo con el cuidado y servicio al anciano”, en palabras de santa Teresa de Jornet. De la oración diaria, la santa misa y su trabajo se nutren estas religiosas.
“Las fuerzas vienen de arriba”, afirma con suavidad Gomera y señala el cielo con el dedo índice. Que las fuerzas vienen del cielo bien lo sabe Félix, un nuevo residente que apenas lleva un mes en Barbastro. Nos hemos topado con Félix por casualidad, paseando por un pasillo.
En una animada charla, Félix cuenta que ha vivido en un pueblo: “En una casa vieja y aunque me la he ido arreglando poco a poco… esto me parece un palacio. Pero lo que más me ha sorprendido es el cariño con el que nos cuidan, sobre todo, las hermanas. Ese amor te reconcilia con el ser humano y ves que hay algo diferente en ellas”.
Monste, otra interna, ha vivido durante toda su vida en el barrio del Entremuro barbastrense. Y cuando decidió por voluntad propia dejar su casa e irse a una residencia sólo podía ser en las Hermanitas.
“No lo dudé, sabía que aquí estaría bien. Aquí sigo, en el Entremuro. Venirme aquí fue mi opción aunque a mis hijos no les gustó nada la idea de la residencia. Pero aquí tengo buena cama, buena comida y buena compañía. ¿Qué más puedo pedir?”.
Montse lee un libro tras otro y recibe las constantes visitas de su familia. Además, de vez en cuando, colabora en pequeñas tareas que la mantienen activa. “Hay alguno que protesta y yo me pregunto ¿de qué se quejan? Debemos estar agradecidos porque nos cuidan de maravilla”.
Las hermanas en todo momento esbozan una sonrisa, se les ilumina el rostro con sus ancianos. Una opción de vida, la más gratificante del mundo, porque “esta labor no tiene precio”, aseguran.