El Diccionario de la Real Academia Española asigna dos significados al adjetivo impertinente, y los dos pueden aplicarse al tema de este comentario. “Impertinente dícese de algo que no viene al caso, pero también de algo que molesta de palabra o de obra”. Algunas explicaciones para no acoger a los menores no acompañados que llegan a nuestra tierra adolecen de manifiesta impertinencia, en ambas acepciones del calificativo.
Se ha dicho que no se quiere cargar sobre la propia conciencia la posibilidad de que estos muchachos violen, maten o roben. Es evidente que invocar esa posibilidad no viene al caso, porque podría ser asignada a cualquier ciudadano por respetable que parezca. Todos los días hemos de soportar las dolorosas noticias de agresiones y muertes violentas perpetradas por personas libres de sospecha previa hasta llegado el caso. Si la presunción de inocencia, hasta que el delincuente sea juzgado como tal por la justicia pertinente, forma parte de la legislación de los países civilizados, no es justo presumir la comisión de delitos por aquellos que han llegado a nuestras costas en un cayuco, buscando, en muchos casos, no ya la posibilidad de vivir dignamente, sino simple y llanamente la posibilidad de sobrevivir.
Calderón de la Barca plasmó, en pleno siglo XVII, la incongruencia de este modo de pensar al escribir los inmortales versos de La vida es sueño: “Apurar, cielos, pretendo, / ya que me tratáis así, / ¿qué delito cometí / contra vosotros naciendo? / Aunque, si nací, ya entiendo / qué delito he cometido; / bastante causa ha tenido vuestra justicia y rigor, / pues el delito mayor del hombre es haber nacido”. Esto mismo podrían decir esos menores que no quieren ser acogidos, añadiendo al “delito” de nacer el haberlo hecho en un país donde no se puede vivir. ¿Nos hemos preguntado alguna vez qué méritos hemos hecho para nacer en un país en el que, con todos sus defectos y deficiencias, la vida es infinitamente más grata que en otros lugares? Por esto algunos razonamientos que se hacen para defender las fronteras pueden ser impertinentes, es decir: no vienen al caso.
Y además, inevitablemente, molestan sobre todo a quienes sufren sus consecuencias. La humanidad merece el nombre de tal, precisamente, porque los sacrificios colectivos están inspirados por la solidaridad que vincula a los miembros de la raza humana, por el hecho de ser humanos. Así ha sido a lo largo de la historia y nos ha permitido sobrevivir. Esto obliga a todos a fomentar la que el papa Francisco impulsa como “cultura del encuentro”, porque la cultura del desencuentro germina espontáneamente, como las malas hierbas, en el ancho campo del mundo.