Desde el pasado 23 de junio, una bandera nacional ondea en la avenida Ejército Español de Barbastro. La enseña, que junto al escudo y el himno constituyen los símbolos del estado español, fue reivindicada por el alcalde como un elemento que “a todos engloba y debe representar”. En sus palabras, la bandera “no es patrimonio de nadie en particular” y bajo ella “no sobra nadie y a su sombra cabemos todos”.

Pero su izado tuvo, más allá de esta dimensión representativa, un significado especial al inaugurar el mástil erigido en la rotonda del antiguo Seminario una bandera de particular relevancia para la ciudad: la que se arrió en el Cuartel General Ricardos el 28 de junio de 1996. Casi treinta años después de su cierre, y del mazazo que supuso para una ciudad marcada en el siglo XX por la instalación militar, este izado hoy multiplica su valor.

La historia del Cuartel se remonta a 1919, con la donación de los terrenos del ‘Cantarigal’, la colocación de la primera piedra en 1921 y la llegada, en 1926, del Regimiento 10 de Artillera Ligera. Durante más de setenta años, y hasta la marcha del Regimiento de Cazadores de Alta Montaña Valladolid 65, el General Ricardos albergó a miles de soldados y fue testigo de no pocos acontecimientos históricos, por no hablar de los 500 millones de pesetas que, en el momento de su cierre, se calculaba que dejaba en el territorio.

El izado de esta bandera no solo honra a los que sirvieron allí, sino que también hace justicia a la rica historia militar local. Pero, y por ese mismo motivo, su ondear nos recuerda la sangrante injusticia que las sucesivas administraciones han venido cometiendo con esta ciudad con el cierre y tras el cierre del Cuartel: el duro impacto económico -que nunca tuvo compensaciones-, la transformación del cuartel en un solar -que en solar ha quedado- y el olvido, sobre todo el olvido. Que la rojigualda espolee el recuerdo y, con él, las necesarias acciones para un ajuste tardío y no solo simbólico.