El final de la primavera marca un antes y un después para miles de estudiantes. Deben optar por una de las múltiples ramas de estudios que se abren en el árbol del futuro profesional. Y lo hacen con la percepción de que lo que decidan toma visos de definitivo. Lo cual, para quien ya tiene una edad, se revela como una falacia. Sobre todo en un mundo laboral que solicita que nos reciclemos continuamente. En este sentido, hay que quitarse el miedo a equivocarse, sobre todo en jóvenes de 15 ó 16 años, con toda una vida por delante.

Por un lado, tenemos a quienes acaban de finalizar las pruebas de la EVAU y quedan a la espera de sus notas para decidir el grado que podrán estudiar. Por otro, unos cursos por debajo, a muchos jovencísimos estudiantes que elegirán si siguen con el Bachillerato u optan por la FP.

En una sociedad en la que sin un dato parece que nos quedamos huérfanos, cuesta asumir algunos y enfrentar su realidad. A la que nos referimos en esta ocasión es a la de la Formación Profesional. “Nadie imagina a su hijo con un mono de trabajo en su futuro laboral”. La declaración de una docente ligada a la FP clarifica la mentalidad que nos predomina. Y, sin embargo, esos datos a los que aludíamos indican que el 34 por ciento de la oferta laboral se dirige a ellos.

Los centros de nuestro entorno cuentan con una amplia selección de grados (medios y superiores), si bien algunos deben luchar cada curso por ocupar las plazas que ofertan. Unos por desconocidos, otros porque existe una oferta similar en centros próximos. La Administración debe organizarla de forma global, atendiendo las necesidades del territorio, más allá de localismos en los que encalla tanto la clase política. Se debe imponer una visión de futuro.