Próxima la celebración de santa Cecilia, vale la pena detenerse un instante a dejarnos deslumbrar por el talento, trabajo, constancia y proyectos de tantas personas que en nuestras comarcas hacen música.

Unos pocos se dedican a ella de forma profesional y otros muchos han encontrado en su práctica una afición generosa, que regalan en auditorios, calles, iglesias o reuniones de amigos.

Casi cualquier momento es bueno para la música, compañía en celebraciones y también en duelos, que solemniza, divierte, invita al recogimiento, incita al canto y al baile, eleva el alma, la excita y amansa.

Esta poderosa herramienta socializadora nos envuelve desde que nacemos, enseña a trabajar en equipo, reduce el estrés y, entre otras ventajas, activa ambos hemisferios cerebrales y fomenta el desarrollo intelectual y la creatividad.

Sin embargo, tal y como algunos profesionales expresan esta semana en las páginas de este semanario, la música no tiene en las aulas de nuestro país el protagonismo que sí tiene en el norte de Europa, donde se reconoce como asignatura destacada y no como una disciplina menor.

Así que hay que buscar en escuelas municipales y conservatorios, o en academias y centros privados, la respuesta a ese anhelo formativo con el que convertir una vocación en una profesión.

O, simplemente, en un placer, como constata el número de jóvenes y adultos que aprenden a tocar un instrumento o a cantar por el simple gusto de hacerlo.

Esta semana hemos despedido a Julio Broto Salamero, sacerdote y músico que batuta en mano dejó su impronta en tantas personas que pasaron por la Coral Barbastrense, por la Banda Municipal y por la Escuela de Música.

Como él, hoy encontramos en nuestras comarcas hombres y mujeres entregados a la música y a la formación musical. Hombres y mujeres a los que recordaremos de forma especial en la celebración de su patrona, con el sincero agradecimiento como sociedad por el gran regalo que nos hacen cada día.