Mañana, cuando el obispo de Teruel y Albarracín pronuncie el Pregón, comenzará formalmente una Semana Santa que litúrgicamente se iniciará al día siguiente, Domingo de Ramos. Adelanta mons. Satué su intención de “remover las brasas” para que no solo recordemos sino que actualicemos lo que ocurrió hace 2.000 años y que esa vivencia nos llene de esperanza ante un panorama en el que bien podríamos dejarnos llevar por el desánimo.
La Semana Santa es la semana grande de la fe para los católicos. E incluso para los que no lo son, como recordó Isidoro Miguel en Monzón: la mera contemplación de una procesión bien hecha, cuajada de símbolos y belleza, puede reavivar un fuego o, al menos, poner al espectador algo más cerca de la trascendencia, que no es poco.
Este año hay Semana Santa, como la hubo el año pasado o el anterior pese a la pandemia, pero cierto es que la de este 2022 será la del reencuentro ilusionado con una de las más sentidas expresiones de la religiosidad popular.
Saldremos a las calles a procesionar, a portar un paso, sostener un farol o mirar desde las aceras una historia que de forma muy sencilla hacemos nuestra. Hay quien se verá reflejado en la Madre, con el corazón roto pero siempre al encuentro del Hijo, en el cirineo que ayuda a cargar la cruz ajena, o en la Verónica.
Quizá nos recordemos en Judas, que toma las monedas y no soporta su propia traición, en el Pedro firme que no lo fue tanto, en el que se lava las manos o quien azota.En el relato bíblico estamos todos, actores principales y secundarios, porque no hay papel pequeño en la historia de amor más grande. Y su actualidad nos arrolla: a poco que sepamos mirar a nuestro alrededor vislumbraremos la cruces, grandes o pequeñas, de nuestra vida cotidiana. Para los que sean capaces de ver más allá, la esperanza de la Resurrección aliviará y dará sentido a todos los pesares.