Según he podido saber, los ángeles también celebran una especie de tertulias celestiales en fechas particularmente señaladas. El Padre eterno hace la vista gorda en tales ocasiones y deja que se explayen, si no tienen otras tareas que realizar. Los ángeles de la guarda, sobre todo algunos, manifiestan de vez en cuando su fastidio por no poder seguir el curso de tales tertulias, ya que varios de sus apadrinados los tienen frecuentemente en vilo; pero, como ángeles que son, soportan la ausencia con la paciencia franciscana que el santo de Asís les ha contagiado desde que está en la gloria.
El que me ha proporcionado esta información me ha dicho que el Ángel del Señor hizo una travesura en el que para nosotros es el último mes del año. El Ángel del Señor no es uno cualquiera, como su nombre indica. En su día recibió el encargo de ir a anunciar a un grupo de pastores de la comarca de Belén, que dormían al raso y vigilaban por turno durante la noche su rebaño, que en los arrabales de Belén les había nacido en carne humana Cristo Señor, el salvador. Y les dio una señal para encontrarlo: que buscaran a un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre. Le picaba la curiosidad de saber cómo vivían los humanos aquel anuncio, que tanto revuelo ocasionó entonces entre el grupo de pastores, y, puesto que no tenía una tarea urgente que cumplir, se dio una vuelta por la tierra para fisgar cómo preparábamos la Navidad.
A la vuelta, pensó que no había tenido una buena idea y se sinceró en la primera tertulia celestial que mantuvieron sus colegas. Les contó que lo que había visto le hizo emprender la vuelta triste y cabizbajo. Todos quisieron saber y empezaron a atosigarle con mil preguntas, hasta que batiendo las alas impuso silencio y les dijo lo que sigue:
– Voy a ser muy escueto, pues lo que he visto no me ha gustado y, además, no he querido verlo todo.
– Pues ¿para qué has ido? –revoló el ángel de los inconformistas, mientras los demás, impacientes por saber qué pasaba en la tierra, le imponían silencio–.
– He ido, ingenuo de mí, para saber si en la tierra se habían enterado de la encarnación del Hijo de nuestro Dios, ya que aquella noche de su nacimiento en carne humana sólo unos pastores lo celebraron como Dios manda, glorificando al Padre por lo mucho que los quiere. Ahora, enterarse sí que parece que se han enterado, porque por muchos lugares se ven carteles luminosos que dicen: “¡Feliz Navidad!” Pero me da qué pensar si no estarán –permitidme que utilice un concepto muy expresivo para los humanos– descafeinando la Navidad.
– ¿Por qué dices eso? –intervino Rafael, el arcángel que acompañó a Tobías durante un largo viaje y estaba muy familiarizado con el modo de ser de los humanos–.
– Porque lo que he observado en estos días ha hecho que me arrepienta de la travesura de bajar a la tierra sin un encargo del Padre eterno; luego me sinceraré con Él y le pediré perdón. Os diré sólo tres o cuatro detalles: ¿De qué creéis que hablan estos días los medios de comunicación, incluidos los más afines? De los menús para comer o cenar en Navidad…, de las compras, si son más o menos abundantes que otros años…, de la lotería que reparte monedas, como si el tener más hiciera a la gente más feliz…, y poco más. El gran misterio de la encarnación del Señor queda relegado a unas rutas para visitar los “belenes”, en los que a veces resulta difícil encontrar el pesebre donde fue recostado Jesús.
– Querido amigo –terció Gabriel, el arcángel que llevó a María los deseos del Padre eterno–, olvidas algunos preciosos conciertos de villancicos y, sobre todo, que Jesús nació donde nació porque “no había sitio para ellos en la posada”, como dejó anotado el evangelista Lucas. No es de extrañar que siga siendo marginado, aunque pienso que algo habrán aprendido los humanos. ¿No tenías algún detalle más que contarnos?
–Sí –continuó el ángel travieso–. ¿Qué pensáis que les preocupa en estos días? Que, por culpa de la ‘covid-19’ en su actual versión ‘omicrón’, van a suspenderse algunas cenas de Navidad; que tendrán que reducir el número de comensales en cada familia y, sobre todo, que se rumorea que, aun con “pasaporte covid”, igual se quedan sin esas multitudinarias aglomeraciones, que llaman cotillones, para escuchar las doce campanadas del reloj que marca el cambio de año.
– Bueno –añadió el arcángel Miguel, respetado por su cerrada defensa de la divinidad–, no perderán mucho; esos actos multitudinarios aturden más que expansionan el alma. ¿Algo más tienes que contarnos?
– Tomé notas de muchas cosas, pero no quiero cansaros. Os digo sólo una cosa más, que no he logrado digerir por más que me la explicaron: en diversos lugares van a celebrar la Misa de medianoche, la que conmemora precisamente el nacimiento de Jesús y la adoración de los pastores, a las ocho de la tarde, como si fuera la Misa vespertina de cualquier otro día. Ya sé que la hora es lo de menos, pero me da tanta pena que acomoden la tradición a lo que les conviene, en lugar de acomodarse ellos a la tradición… Así hicieron, tiempo atrás, con la Vigilia Pascual y terminaron celebrándola el Sábado Santo por la mañana. Menos mal que el Concilio Vaticano II le restituyó el carácter de “vigilia” que le es propio…
– A mí tampoco me hacen feliz esas acomodaciones –añadió el arcángel Gabriel–, pero no hagas de eso una tragedia. Piensa que lo verdaderamente grave lo diagnosticó el evangelista Juan en el prólogo de su Evangelio, cuando escribió que la Palabra viviente de Dios “vino a su casa, y los suyos no la recibieron”. Aunque muchos son los que la han recibido y les da “el poder de hacerse hijos de Dios”. Veremos cómo se toma tu travesura el Padre eterno.
– Con esa paciencia infinita que de sobra conocemos –concluyó Rafael, que por algo lleva el nombre de “medicina de Dios”–.