¿Qué es la suerte? Sé que es algo que tengo. Lo confirma mi falta de problemas graves y las personas que me rodean. Pero, ¿qué es? ¿Azar y casualidad o destino y resultados? La profundidad de mis palabras viene marcada por la conversación que estoy manteniendo con Gabri, una de las diez, por whatsapp. Está de acuerdo conmigo que el esfuerzo y las decisiones condicionan pero dista en el porcentaje del azar. Dice que siempre hay un factor en la ecuación que es aleatorio y no depende de nada. Tras media hora de charla –más lo que nos queda– ya no sé qué pienso, salvo que tengo suerte.
Tardé mucho en darme cuenta de que éramos una rara avis. No solo por lo dispares y diferentes que somos sino porque a nuestra manera, cada una a su forma, las diez seguimos siendo indispensables. Claro que, después de todo, como para no. De 26 velas que soplamos, 23 lo hemos hecho juntas. Nos hemos visto del derecho y del revés, conocemos lo bueno, lo malo y lo inconfesable y a pesar de todo, seguimos siendo las diez.
El azar se disfraza en esta historia de unos padres que eligieron un colegio. El resto es lo que parece magia. Lo entenderás si tienes tus propias diez. Llámalas como quieras porque amistades hay muchas: efímeras, cordiales, complejas, determinantes, pasajeras… Pero como la de las diez, pocas. Sabes a qué me refiero.
Amigos y amigas que, sin compartir sangre, son tu casa. Uno más de tu familia. Alguien que te ve crecer, cambiar, avanzar y retroceder. En eso consiste, ¿no? En que se nos noten los años compartidos. En risas y lágrimas. En ser libre para hacer el ridículo. En poder sacar carcajadas de la vergüenza propia. En encontrar un lugar sin miedo ni complejos. En tener fe ciega en lo bueno y en lo malo. En discutir y gritar. En cantar. En compartir tiempo juntos sin otra ambición que estar cerca.
Si tú también lo tienes, cuídalo, es tu suerte.