“Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta/mancharse”. Gabriel Celaya.
Reconozco que no quería escribir esto, pero la pluma me ha llevado por donde ha querido. Sentí urgencia por poner sobre el papel la indignación de quien cree y venera la libertad de expresión, desde mucho antes de que estudiara el Estatuto de Bayona, que ya en 1808 estableció la libertad de prensa e imprenta como un derecho fundamental; desde antes de que profundizara en el resto de las constituciones de nuestro país proclamando o limitando dicho derecho, según estuvieran escoradas al bando de los conservadores o los progresistas. Desde siempre, me animaba la idea de que la palabra debía servir de freno al poder y así, de adolescente, escribí un poema en el que hablaba de tú a tú con el papel y acababa diciendo: “Lo siento, papel/yo también preferiría ser feliz diciendo sólo amén/ pero no sé”. Recordé que el poeta Félix Grande, con mucha seriedad, afirmaba que la verdadera, la auténtica poesía surge en la primera juventud. Y este recuerdo me llevó a dejar de lado mi idea inicial, también que estamos en verano y mejor leer versos que constituciones.
“De cuantas cosas me cansan,/ fácilmente me defiendo,/pero no puedo guardarme, de los peligros de un necio”, escribió Lope de Vega. Lo suscribo. Mucho de lo que se está diciendo desde la Presidencia del gobierno utilizando las amenazas de las nuevas tecnologías para promover un debate sobre la función de la prensa, roza, groseramente, algo tan sensible como la libertad de expresión y no merece más comentario que esos versos. Quevedo proclamó valiente: “No he de callar por más que con el dedo, /ya tocando la boca, ya la frente,/silencio avises o amenaces miedo”. No creo que se pueda expresar con más tino el ansia de libertad del ser humano frente al poder, venga de los reyes absolutos o de la tiranía de quien se cree por encima del bien y del mal apelando a la sacrosanta Democracia.
Cuando éramos estudiantes, supimos leer entre líneas a los autores que discurrían y realizaban bellas piruetas para burlar la censura. Se decía que en esos tiempos de zozobra floreció una escritura brillante, vibrante, atrevida, descarada. No sé si es un consuelo. El elogio de la libertad en todas sus manifestaciones ha sido una constante entre los escritores. Miguel Hernández enamorado de la libertad escribió: “para la libertad sangro, lucho, pervivo…” y más: “yugos os quieren poner/ gentes de la hierba mala,/yugos que habéis de dejar/rotos sobre sus espaldas…” y hasta Manuel Machado: “Que las olas me traigan y las olas me lleven/ y que jamás me obliguen el camino a elegir”. Paul Eluard, exagerando, como buen poeta, escribió: “Y por el poder de una palabra/vuelvo a vivir,/nací para conocerte/para contarte/libertad”.
No hay excusas para limitar la libertad de expresión. Más aquí donde tanto costó conseguirla, donde la censura previa duró cuarenta años. Nada podrá convencernos a quienes venimos leyendo poesía desde siempre de que el poderoso nos protege cercenando, por cualquier medio, con cualquier patraña este derecho. No nos vamos a dejar manipular. Volvamos a la poesía este verano, que no falte un libro, el que sea, pero de versos, en nuestro equipaje de vacaciones. Volvamos a los buenos versos para que no nos líen. La buena literatura nos hace libres, conviene recordarlo.