Dentro de los excesos habituales del final de año, este 31 de diciembre pasado hubo un hecho singular. Varios cientos de personas apalearon una especie de piñata fallera que representaba al presidente del Gobierno frente a la sede del Partido Socialista.
Lanzaban bravuconadas y golpeaban, pateaban y hasta azotaban a un títere gigante mientras proferían amenazas, jaleados por la multitud y probablemente animados por el cava.
Curiosa forma de comerse las uvas y celebrar los parabienes de un nuevo año teniendo tamaña actitud incívica y paranoica.
Pronto surgieron las lógicas quejas y descalificaciones. Incluso fueron llevados a declarar los organizadores, acusados de incitar al odio. Esto era lógico, entra dentro de lo más normal.
Lo que resulta paradójico es que varios colectivos que se indignaron por un acto tan vergonzoso defendieran días antes que no debía ponerse ninguna cortapisa a la libertad de expresión. Proponían derogar cinco delitos de la legislación vigente: la ofensa a los sentimientos religiosos o de escarnio público, las ofensas a España y a sus símbolos, el delito de injurias a la Corona, el enaltecimiento del terrorismo y las injurias al Gobierno y a sus instituciones. Según estos colectivos, ahora escandalizados, el vergonzoso acto de la performance de Ferraz hubiera tenido que ser algo de lo más normal.
Tal vez hayamos perdido los papeles. Todos tenemos derecho a expresar nuestras opiniones e ideas sin ser represaliados, pero está claro que debe haber una ley que limite esta libertad de expresión para garantizar que sea precisamente libertad.
No se puede calumniar, por ejemplo, no se puede incitar a la violencia, no se puede ofender la fe de la gente sencilla, no se puede incitar al odio… ¿Alguien se imagina una soflama a favor de la violencia contra las mujeres amparándose en la libertad de expresión? ¿Alguien puede defender los insultos racistas en los deportes en aras de esto mismo?
A los educadores nos toca educar para la libertad y la responsabilidad. No es fácil. Sólo pueden ser libres los que adquieren una personalidad madura, respetuosa y crítica… El resto serán seres domesticados que, escondidos cobardemente entre una multitud, creerán que son muy libres por apalear un muñeco.